Página 169 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

Basic HTML Version

Josué y el ángel
165
divina y reclama el derecho de destruirlos como transgresores. Los
declara tan merecedores como él mismo de ser excluidos del favor
de Dios. “¿Son éstos—dice,—los que han de tomar mi lugar en el
cielo, y el lugar de los ángeles que se unieron conmigo? Mientras
profesan obedecer la ley de Dios, ¿han guardado sus preceptos? ¿No
[177]
han sido amadores de sí mismos más que de Dios? ¿No han puesto
sus propios intereses antes que su servicio? ¿No han amado las cosas
del mundo? Mira los pecados que han señalado su vida. Contempla
su egoísmo, su malicia, su odio mutuo.”
Los hijos de Dios han sido muy deficientes en muchos respectos.
Satanás tiene un conocimiento exacto de los pecados que él los indu-
jo a cometer, y los presenta de la manera más exagerada, declarando:
“¿Me desterrará Dios a mí y a mis ángeles de su presencia, y, sin
embargo, recompensará a aquellos que han sido culpables de los
mismos pecados? Tú no puedes hacer esto, con justicia, oh Señor.
Tu trono no subsistirá en rectitud y juicio. La justicia exige que se
pronuncie sentencia contra ellos.”
Pero aunque los seguidores de Cristo han pecado, no se han
entregado al dominio del mal. Han puesto a un lado sus pecados, han
buscado al Señor con humildad y contrición y el Abogado divino in-
tercede en su favor. El que ha sido el más ultrajado por su ingratitud,
el que conoce sus pecados y también su arrepentimiento, declara:
“¡Jehová te reprenda, oh Satán! Yo di mi vida por estas almas. Están
esculpidas en las palmas de mis manos.”
Los asaltos de Satanás son vigorosos, sus engaños terribles;
pero el ojo del Señor está sobre sus hijos. Su aflicción es grande,
las llamas del horno parecen estar a punto de consumirlos; pero
Jesús los sacará como oro probado en el fuego. Su índole terrenal
debe ser eliminada, para que la imagen de Cristo pueda reflejarse
perfectamente; deben vencer la incredulidad; han de desarrollar fe,
esperanza y paciencia.
Los hijos de Dios están suspirando y clamando por las abomi-
naciones hechas en la tierra. Con lágrimas advierten a los impíos el
peligro que corren al pisotear la ley divina, y con indecible tristeza
se humillan delante del Señor a causa de sus propias transgresiones.
Los impíos se burlan de su pesar, ridiculizan sus solemnes súpli-
cas y se mofan de lo que llaman debilidad. Pero la angustia y la
[178]
humillación de los hijos de Dios dan evidencia inequívoca de que