Página 307 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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El don inestimable
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preciosas para el templo. Todo provenía del Señor; si su poder
divino no hubiese movido el corazón de la gente vanos habrían sido
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los esfuerzos del rey, y el templo no se habría erigido.
Todo lo que los hombres reciben de la bondad de Dios sigue
perteneciendo a Dios. Todo lo que él nos ha otorgado en las cosas
valiosas y bellas de la tierra, ha sido colocado en nuestras manos
para probarnos, para medir la profundidad de nuestro amor hacia él
y nuestro aprecio por sus favores. Tanto los tesoros de las riquezas
como los del intelecto, han de ser puestos como ofrenda voluntaria
a los pies de Jesús.
Ninguno de nosotros puede subsistir sin la bendición de Dios,
pero Dios puede hacer su obra sin la ayuda del hombre, si así lo
quiere. Ha dado, sin embargo, a cada hombre su obra, y confía a los
hombres tesoros de riquezas o de intelecto como a sus mayordomos.
Por su misericordia y generosidad, Dios nos pone en cuenta todo lo
que le devolvemos como mayordomos fieles. Pero debemos com-
prender siempre que no es obra de mérito de parte del hombre. Por
grande que sea la capacidad del hombre, no posee nada que Dios no
le haya dado, y que no le pueda retirar si estas muestras preciosas de
su favor no son apreciadas y debidamente empleadas. Los ángeles
de Dios cuya percepción no ha sido enturbiada por el pecado, reco-
nocen los dones del cielo como otorgados con la intención de que
sean devueltos en forma que aumente la gloria del gran Dador. El
bienestar del hombre está vinculado con la soberanía de Dios. La
gloria de Dios es el gozo y la bendición de todos los seres creados.
Cuando procuramos fomentar su gloria, estamos procurando para
nosotros mismos el mayor bien que nos es posible recibir. Herma-
nos y hermanas en Cristo, Dios pide que consagremos a su servicio
cada facultad, cada don que hayamos recibido de él. El quiere que
digamos como David: “Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te
damos.”
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