Página 321 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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El cuidado de Dios por su obra
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de mí!—exclamó—que soy muerto; que siendo hombre inmundo de
labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos,
han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”
Isaías 6:3, 5
. Pero
se le acercó un serafín con el fin de hacerle idóneo para su gran
misión. Un carbón ardiente del altar tocó sus labios mientras se le
dirigían las palabras: “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada
tu culpa, y limpio tu pecado.” Y cuando se oyó la voz de Dios que
decía: “¿A quién enviaré, y quién nos irá?” Isaías respondió con
plena confianza: “Heme aquí, envíame a mí.”
Vers. 7, 8
.
¿Qué importaba que las potencias terrenales estuviesen desple-
gadas contra Judá? ¿O que en su misión Isaías tuviese que hacer
frente a la oposición y resistencia? Había visto al Rey, el Señor de
los ejércitos; había oído el canto de los serafines: “Toda la tierra está
llena de su gloria,” y el profeta había sido fortalecido para la obra
que tenía delante de sí. Llevó consigo a través de toda su larga y
ardua misión el recuerdo de esta visión.
La visión de Ezequiel
Ezequiel, el profeta que exhalaba lamentaciones en el destierro,
en la tierra de los caldeos, recibió una visión que le enseñó la misma
lección de fe en el poderoso Dios de Israel. Mientras estaba a orillas
del río Quebar, un torbellino parecía surgir del norte, “una gran nube,
con un fuego envolvente, y en derredor suyo un resplandor, y en
medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar.” Numerosas
ruedas de extraña apariencia, que se entrecortaban unas a otras,
eran movidas por cuatro seres vivientes. Muy por encima de todas
éstas “veíase la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro;
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y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de
hombre sentado sobre él.” “Cuanto a la semejanza de los animales,
su parecer era como de carbones de fuego encendidos, como parecer
de hachones encendidos: discurría entre los animales; y el fuego
resplandecía, y del fuego salían relámpagos.” “Y debajo de sus alas,
a sus cuatro lados, tenían manos de hombre.”
Ezequiel 1:4, 26, 13,
8
.
Había ruedas dentro de las ruedas, en un arreglo tan complicado
que a primera vista le parecía a Ezequiel que era todo confuso. Pero
cuando se movían, era con hermosa precisión y en perfecta armonía.