La obra para este tiempo
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no pudieron. Lo sabrán todo cuando Cristo venga por segunda vez;
cuando, rodeado por una multitud que nadie puede contar, explique
la liberación realizada por su gran sacrificio.
Nadie se quede sin amonestación
Mientras los ángeles retienen los cuatro vientos, debemos tra-
bajar con toda nuestra capacidad. Debemos dar nuestro mensaje
sin dilación. Debemos dar al universo celestial y a los hombres de
esta época degenerada evidencia de que nuestra religión es una fe
y un poder de los cuales Cristo es el autor, y su Palabra el orácu-
lo divino. Hay almas humanas en la balanza. Serán súbditos del
reino de Dios o esclavos del despotismo de Satanás. Todos han de
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tener oportunidad de aceptar la esperanza a ellos presentada en el
Evangelio; y ¿cómo pueden oír sin que haya quien les predique? La
familia humana necesita una renovación moral, una preparación del
carácter, a fin de poder subsistir en la presencia de Dios. Hay almas
a punto de perecer a causa de los errores teóricos prevalecientes des-
tinados a contrarrestar el mensaje del Evangelio. ¿Quiénes querrán
consagrarse ahora plenamente a la obra de colaborar juntamente con
Dios?
Mientras veis los peligros y la miseria del mundo por obra de
Satanás, no agotéis en ociosas lamentaciones las energías que Dios
os ha dado, sino antes trabajad por vosotros mismos y los demás.
Despertad y preocupaos por los que perecen. Si no se los gana para
Cristo, perderán una eternidad de bienaventuranza. Pensad en lo que
les es posible ganar. El alma que Dios creó y que Cristo redimió es
de gran valor en virtud de las posibilidades que tiene, las ventajas
espirituales que le han sido concedidas, las capacidades que puede
poseer si la Palabra de Dios la vivifica, y la inmortalidad que por el
Dador de la vida puede obtener si es obediente. Un alma es de más
valor para el cielo que todo un mundo de propiedades, casas, tierras
y dinero. Debiéramos emplear nuestros recursos hasta lo sumo para
la conversión de un alma. Un alma ganada para Cristo reflejará en
derredor suyo la luz del cielo, que, penetrando las tinieblas morales,
salvará a otras almas.
Si Cristo dejó las noventa y nueve para buscar y salvar a la oveja
perdida, ¿podremos quedar justificados haciendo menos? ¿No es la