Las mujeres como obreras evangélicas
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trabajo permanecerá. La plenitud divina fluirá por el consagrado
agente humano para ser transmitida a otros.
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El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los
hombres. Ellas pueden hacer una buena obra para Dios si quieren
aprender primero en la escuela de Cristo la preciosa e importantí-
sima lección de la mansedumbre. No sólo deben llevar el nombre
de Cristo, sino poseer su Espíritu. Deben andar como él anduvo,
purificando su alma de todo lo que contamina. Entonces podrán
beneficiar a otros presentando la suma suficiencia de Jesús.
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Las mujeres pueden ocupar su puesto en la obra en esta crisis, y
el Señor obrará por su medio. Si las compenetra un sentimiento de
su deber, y trabajan bajo la influencia del Espíritu de Dios, tendrán el
dominio propio requerido para este tiempo. El Salvador hará reflejar
sobre estas mujeres abnegadas la luz de su rostro. Y esto les dará
un poder que excederá al de los hombres. Ellas pueden hacer en
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las familias una obra que los hombres no pueden hacer, una obra
que llega a la vida íntima. Pueden acercarse al corazón de aquellas
personas a quienes los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su
labor.
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Una necesidad directa queda suplida por la obra de las mujeres
que se han entregado al Señor y están tratando de ayudar a las
personas menesterosas y heridas por el pecado. Se ha de realizar
una obra de evangelización personal. Las mujeres que se hacen
cargo de esta obra llevan el Evangelio a los hogares de la gente
por los caminos y los vallados. Leen y explican la Palabra a las
familias, orando con ellas, cuidando a los enfermos y aliviando sus
necesidades temporales. Presentan a las familias y a sus miembros
individuales la influencia purificadora y transformadora de la verdad.
Demuestran que la manera de hallar paz y gozo consiste en seguir a
Jesús.