Página 60 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se
nos concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida!
¡Cuán estrechamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras
y acciones!
Hagamos de Jesús nuestro confidente
Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precio-
so privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas
nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas
y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. De-
bemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para
perturbarnos o angustiarnos: Cuando sintamos que necesitamos la
presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de
introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartar-
nos de nuestro mejor Amigo, el que más simpatiza con nosotros. A
nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer confidente nuestro. Podemos
comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón.
Hermanos y hermanas, cuando os congregáis para el culto de
testimonios, creed que Jesús se reúne con vosotros, creed que él
está dispuesto a bendeciros. Apartad los ojos del yo; mirad a Jesús,
hablad de su amor sin par. Contemplándole seréis transformados a
su semejanza. Cuando oráis, sed breves y directos. No prediquéis al
Señor un sermón en largas oraciones. Pedid el pan de vida como un
niño hambriento pide pan a su padre terrenal. Dios nos concederá
toda bendición necesaria, si se la pedimos con sencillez y fe.
Las oraciones ofrecidas por los predicadores antes de sus discur-
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sos, son con frecuencia largas e inadecuadas. Abarcan una larga lista
de asuntos que no se refieren a las necesidades del momento o de la
gente. Esas oraciones son adecuadas para la cámara secreta, pero no
deben ofrecerse en público. Los oyentes se cansan, y anhelan que
el predicador termine. Hermanos, llevad a la gente con vosotros en
vuestras oraciones. Id al Salvador con fe, decidle lo que necesitáis
en esa ocasión. Dejad que el alma se acerque a Dios con intenso
anhelo en busca de la bendición necesaria en el momento.
La oración es el ejercicio más santo del alma. Debe ser sincera,
humilde y ferviente: los deseos de un corazón renovado, exhalados
en la presencia de un Dios santo. Cuando el suplicante sienta que