Página 85 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La unidad cristiana
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egoísmo nos impidan hacer el bien que podríamos hacer, trabajando
en nombre de Cristo y con un espíritu amante y tierno.
Restaurad al caído
“Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros
que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedum-
bre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado.
Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley
de Cristo.
Gálatas 6:1, 2
. Aquí se nos vuelve a presentar claramen-
te nuestro deber. ¿Cómo pueden los que profesan seguir a Cristo
considerar tan livianamente estas recomendaciones inspiradas?”
No hace mucho recibí una carta que me describía una circunstan-
cia en la cual un hermano había manifestado indiscreción. Aunque
esto ocurrió hace años, y era un asunto baladí que apenas merecía
ser recordado, la persona que escribía declaraba que ello había des-
truído para siempre su confianza en aquel hermano. Si después de
examinarla, la vida de aquella hermana no revelase mayores errores,
sería de veras una maravilla, porque la naturaleza humana es muy
débil. Yo he tenido y sigo teniendo comunión con hermanos que
fueron culpables de graves pecados, y aun ahora no ven sus pecados
como Dios los ve. Pero el Señor tolera a esas personas, ¿y por qué
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no las habría de tolerar yo? Todavía hará él tal impresión por su
Espíritu en su corazón, que el pecado les parecerá, como a Pablo,
excesivamente pecaminoso.
Conocemos muy poco nuestro propio corazón y poca necesidad
sentimos de la misericordia de Dios. Esta es la razón por la cual
albergamos tan poco de aquella dulce compasión que Cristo mani-
fiesta para con nosotros, y que deberíamos manifestar unos hacia
otros. Debemos recordar que nuestros hermanos son como nosotros,
débiles mortales que yerran. Supongamos que un hermano, por no
ejercer bastante vigilancia, quedó vencido por la tentación; y contra-
riamente a su conducta general, cometió algún error, ¿qué proceder
debemos seguir para con él? Por la historia bíblica sabemos que
algunos hombres a quienes Dios había usado para hacer una obra
grande y buena, cometieron graves errores. El Señor no los dejó sin
reprensión, ni desechó a sus siervos. Cuando ellos se arrepintieron,
él los perdonó misericordiosamente, les reveló su presencia y obró