Página 92 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

Basic HTML Version

88
Joyas de los Testimonios 2
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es don de Dios por
Cristo. Por la influencia del Espíritu Santo es como quedamos con-
vencidos de pecado, y sentimos nuestra necesidad de perdón. Nadie
sino el contrito será perdonado; pero la gracia de Dios es lo que
hace penitente al corazón. El conoce todas nuestras flaquezas y nos
ayudará.
Algunos de los que acuden a Dios por el arrepentimiento y
la confesión, y hasta creen que sus pecados están perdonados, no
se aferran como debieran a las promesas de Dios. No ven que
Jesús es un Salvador siempre presente; y no están dispuestos a
confiarle la custodia de sus almas, seguros de que él perfeccionará
la obra de gracia iniciada en su corazón. Aunque piensan que se
están confiando a Dios, dependen mucho de sí mismos. Son almas
concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí
mismas. No miran a Dios, para ser guardados por su poder, sino que
dependen de la vigilancia contra la tentación y del cumplimiento de
ciertos deberes para ser aceptados por él. No hay victorias en esta
clase de fe. Las tales personas trabajan inútilmente; sus almas están
[95]
en servidumbre continua, y no hallarán descanso hasta que pongan
sus cargas a los pies de Jesús.
Hay necesidad de una vigilancia constante, de devoción fervoro-
sa y amante; pero estas cosas vendrán naturalmente cuando el alma
sea guardada por el poder de Dios mediante la fe. Nada podemos
hacer, absolutamente nada, para recomendarnos al favor divino. No
debemos confiar en absoluto en nosotros mismos, ni en nuestras
buenas obras; pero cuando, como seres pecaminosos y sujetos a ye-
rros, acudimos a Cristo, podemos hallar descanso en su amor. Dios
aceptará a todo aquel que acuda a él, confiando plenamente en los
méritos de un Salvador crucificado. El amor brota en el corazón. Tal
vez no haya éxtasis del sentimiento, pero hay una confianza perma-
nente y apacible. Toda carga será liviana; porque el yugo que Cristo
impone es fácil. El deber se convierte en delicia, y el sacrificio en
placer. La senda que antes parecía rodeada de tinieblas se ilumina
con las rayos del Sol de Justicia. Esto es andar en la luz como Cristo
está en la luz.
[96]