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El odio y la venganza
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ira del rey; consideraba que la misma vida y presencia de David sig-
nificaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio carácter
en contraste desventajoso. La envidia hacía a Saúl desgraciado, y
ponía en peligro al humilde súbdito de su trono.
¡Cuánto daño indecible ha producido en nuestro mundo este mal
rasgo de carácter! Había en el corazón de Saúl la misma enemistad
que incitó el corazón de Caín contra su hermano Abel, porque las
obras de Abel eran justas, y Dios lo honraba, mientras que las de
Caín eran malas, y el Señor no podía bendecirlo. La envidia es
hija del orgullo, y si se la abriga en el corazón, conducirá al odio, y
finalmente a la venganza y al homicidio. Satanás ponía de manifiesto
su propio carácter al impulsar la furia de Saúl contra aquel que jamás
le había hecho daño.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 705, 706
(1890)
.
Una emoción pecaminosa
La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la
malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan
el alma, pero no han hallado expresión en acciones externas porque
ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad. Y se demandará
cuenta de esas emociones pecaminosas en el día cuando “Dios traerá
toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o
sea mala”.
Eclesiastés 12:14
.—
Mensajes Selectos 1:254, 255 (1886)
.
El crimen nace en el corazón
Jesús consideró los mandamientos por separado, y explicó la
profundidad y amplitud de sus requerimientos. En vez de quitarles
una jota de su fuerza, demostró cuán abarcantes son sus principios y
desenmascaró el error fatal de los judíos en su demostración exterior
de obediencia. Declaró que por el mal pensamiento o la mirada
concupiscente se quebranta la ley de Dios. El que toma parte en
la menor injusticia está violando la ley y degradando su propia
naturaleza moral. El homicidio existe primero en la mente. El que
concede al odio un lugar en su corazón, está poniendo los pies en la
senda del homicida, y sus ofrendas son aborrecibles para Dios.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 276 (1898)
.