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Las relaciones sociales
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Las clases sociales son una prueba para el desarrollo del
carácter
Nunca fue propósito de Dios que no existieran pobres en el
mundo. Las clases sociales nunca llegarían a igualarse, porque la
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diversidad de condición que caracteriza nuestra raza es uno de los
medios designados por Dios para probar y desarrollar el carácter.
Muchos han insistido con gran entusiasmo en que todos los
hombres deberían participar en forma igualitaria de las bendiciones
temporales de Dios, pero ese no era el propósito del Creador. Cristo
dijo que a los pobres siempre los tendríamos con nosotros. Los
pobres, igual que los ricos, han sido adquiridos por medio de su
sangre; y entre sus profesos seguidores, en la mayoría de los casos,
los primeros lo sirven con dedicación, mientras los últimos están
constantemente poniendo sus afectos en los tesoros terrenales, y
se olvidan de Cristo. Los cuidados de esta vida y la codicia de las
riquezas eclipsan la gloria del mundo eterno. La mayor desgracia que
le podría sobrevenir a la humanidad sería que todos fueran puestos en
pie de igualdad en cuanto a las posesiones terrenales.—
Testimonies
for the Church 4:551, 552 (1881)
.
Las clases sociales están fuera de la ley a la vista de Dios
La religión de Cristo eleva al que la recibe a un nivel superior
de pensamiento y acción, al mismo tiempo que presenta a toda la
especie humana como igual objeto del amor de Dios habiendo sido
comprada por el sacrificio de su Hijo. A los pies de Jesús, los ricos y
los pobres, los sabios y los ignorantes, se encuentran sin diferencia
de casta o de preeminencia mundanal. Todas las distinciones terrre-
nas son olvidadas cuando consideramos a Aquel que traspasaron
nuestros pecados.
La abnegación, la condescendencia, la compasión infinita de
Aquel que está muy ensalzado en el cielo, avergüenzan el orgullo
de los hombres, su estima propia y sus castas sociales. La religión
pura y sin mácula manifiesta sus principios celestiales al unir a todos
los que son santificados por la verdad. Todos se reúnen como almas
compradas por sangre, igualmente dependientes de Aquel que las
redimió para Dios.—
Obreros Evangélicos, 345 (1915)
.