La falsa ciencia
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los hijos de los hombres con palabras mentirosas. Si se descorriera
el velo ante nuestros ojos, podríamos ver a los ángeles malignos
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empleando todas sus artes para engañar y destruir. Donde se ejerza
influencia para inducir a los hombres a olvidar a Dios, allí está
Satanás ejerciendo su poder hechicero. Cuando los hombres se
entregan a su influencia, antes que puedan darse cuenta, su mente se
ha confundido y su alma se ha contaminado. El pueblo de Dios de
la actualidad debe prestar atención a la amonestación del apóstol a
la iglesia de Efeso: “No participéis en las obras infructuosas de las
tinieblas, sino más bien reprendedlas”.
Efesios 5:11
.—
Los Hechos
de los Apóstoles, 238, 239 (1911)
.
No nos aventuremos en el terreno de Satanás
Tenemos que mantenernos cerca de la Palabra de Dios. Nece-
sitamos sus amonestaciones y el ánimo que nos da, además de sus
amenazas y promesas. Necesitamos el ejemplo perfecto ofrecido
solo en la vida y el carácter de nuestro Salvador. Los ángeles de
Dios cuidarán a su pueblo mientras avanza por la senda del deber;
pero no hay seguridad de esa protección para los que se aventuran
en el terreno de Satanás.
El instrumento del gran engañador dirá y hará lo que sea nece-
sario para alcanzar su objetivo. Importa poco si se dice espiritista,
“médico eléctrico” o “sanador magnético”. Mediante pretensiones
engañosas captará la confianza de los incautos. Pretenderá leer la
historia de la vida y entender todas las dificultades y aflicciones de
los que acuden a él.
Disfrazado de ángel de luz, mientras lleva en su corazón la
negrura del abismo, manifestará gran interés por las mujeres que
buscan consejo. Les dirá que todas sus dificultades se deben a un
matrimonio infeliz. Esto puede ser muy cierto, pero su consejo no
mejorará la situación. Les dirá que necesitan amor y comprensión.
Bajo la pretensión de un gran interés por su bienestar, lanzará sus
encantamientos sobre sus víctimas indefensas, embrujándolas como
la serpiente al tembloroso pajarillo. Pronto estarán totalmente en
sus manos, y la terrible secuela será el pecado, la desgracia y la
ruina.—
Christian Temperance and Bible Hygiene, 116 (1890)
.