Leyes que gobiernan la mente
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Las facultades mentales con toda seguridad se reducirán y perderán
su capacidad de captar el profundo significado de la Palabra de Dios,
a menos que se las ponga vigorosa y persistentemente a cumplir la
tarea de investigar la verdad.—
The Review and Herald, 17 de julio
de 1888
;
Fundamentals of Christian Education, 127
.
La mente se adapta a aquello en lo cual se espacia
Una ley del intelecto humano hace que se adapte gradualmente
a las materias en las cuales se le enseña a espaciarse. Si se dedica
solamente a asuntos triviales, se atrofia y se debilita. Si no se le
exige que considere problemas difíciles, con el tiempo pierde su
capacidad de crecer.
Como instrumento educador la Biblia no tiene rival. En la Pala-
bra de Dios, la mente halla temas para la meditación más profunda
y las aspiraciones más sublimes. La Biblia es la historia más ins-
tructiva que posean los hombres. Proviene directamente de la fuente
de verdad eterna, y una mano divina ha conservado su integridad y
pureza a través de los siglos [...].
En ella se desarrollan los grandes problemas del deber y del
destino. Se levanta la cortina que separa el mundo visible del mundo
invisible, y presenciamos el conflicto de las fuerzas encontradas del
bien y del mal, desde la entrada del pecado hasta el triunfo final
de la rectitud y de la verdad; y todo ello no es sino una revelación
del carácter de Dios. En la contemplación reverente de las verdades
presentadas en su Palabra, la mente del estudiante entra en comunión
con la Mente infinita. Un estudio tal no solo purifica y ennoblece el
carácter, sino que inevitablemente amplía y fortalece las facultades
mentales.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 647, 648 (1890)
.
Nos transformamos por la contemplación
Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual
modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia
se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila lo
que se acostumbra a amar y a reverenciar. Jamás se elevará el hombre
a mayor altura que la de su ideal de pureza, de bondad o de verdad. Si
se considera a sí mismo como el ideal más sublime, jamás llegará a