Página 103 - Mente, C

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El temor
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humanas contrarias a la ley de Dios.—
El Conflicto de los Siglos,
649 (1888)
.
Los temores se fortalecen cuando se los consulta
—Si consul-
tamos nuestras dudas y temores, o procuramos desentrañar cada
cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente se acre-
centarán y profundizarán las perplejidades. Pero si vamos a Dios
sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos,
y con humilde y confiada fe le presentamos nuestras necesidades
a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y
quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y
quiere atender nuestro clamor, y hará resplandecer su luz en nuestro
corazón. Por medio de la oración sincera nos ponemos en comuni-
cación con la mente del Infinito. Quizá no tengamos en el momento
ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor se
inclina hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así.
Podemos no sentir su toque manifiesto, mas pone su mano sobre
nosotros con amor y compasiva ternura.—
El Camino a Cristo, 96,
97 (1892)
.
Causa de la enfermedad del cuerpo y la mente
—Lo que co-
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munica a casi todos enfermedades del cuerpo y de la mente, son los
sentimientos de descontento y los anhelos insatisfechos. No tienen a
Dios, ni la esperanza que llega hasta dentro del velo, que es para el
alma un ancla segura y firme. Todos los que poseen esta esperanza
se purifican como él es puro. Los tales estarán libres de inquietudes
y descontento; no estarán buscando males continuamente ni acon-
gojándose por dificultades prestadas. Pero vemos a muchos sufrir
dificultades de antemano; la ansiedad está estampada en todas sus
facciones; no parecen hallar consuelo, sino que de continuo esperan
algún mal terrible.—
Joyas de los Testimonios 1:178 (1867)
.
El temor no alivia el alma
—Debéis tener en cuenta una clara
comprensión del evangelio. La vida religiosa no es sombría ni triste,
sino llena de paz y gozo, y rodeada de una dignidad como la de Cristo
y de una santa solemnidad. Nuestro Salvador no nos estimula a que
abriguemos dudas, temores y presentimientos perturbadores; estos
sentimientos no proporcionan alivio al alma, y por lo tanto deberían
ser rechazados, y de ninguna manera encomiados. Podemos disfrutar
de un gozo inefable y estar llenos de gloria.—
El Evangelismo, 135
(1888)
.