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La depresión
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Siento mucho que esté enferma y que sufra. Pero aférrese del que
ha amado y servido por tantos años. Dio su vida por el mundo y
ama a todos los que confían en él. Simpatiza con los que sufren
depresión y enfermedad. Siente cada estertor de angustia que asalta
a sus amados. Descanse en sus brazos y sepa que es su Salvador, su
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mejor amigo, y que nunca la dejará ni abandonará. Ud. ha dependido
de él por muchos años, y su alma puede descansar en esperanza.
Ud. saldrá junto con otros fieles que creyeron en él, para alabarlo
con voz de triunfo. Todo lo que se espera que Ud. haga es que
descanse en su amor. No se preocupe. Jesús la ama, y ahora que está
débil y sufre, él la lleva en sus brazos, tal como un padre amante
lleva a su niñito. Confíe en Aquel en quien ha creído. ¿Acaso no la
ha amado y cuidado durante toda su vida? Descanse en las preciosas
promesas que se le han dado.—
Carta 299, 1904
.
No dé lugar a la depresión
—Durante la noche, en sueños, yo
estaba conversando con Ud. Le decía: Me alegro mucho de que está
tan bien ubicada, y que pueda estar cerca del sanatorio. No dé lugar
a la depresión; en cambio, permita que la consoladora influencia
del Espíritu Santo reciba la bienvenida en su corazón, para darle
consuelo y paz...
Mi hermana: si Ud. quiere obtener preciosas victorias, contemple
la luz que emana del Sol de justicia. Hable con Dios de esperanza, de
fe y gratitud. Esté siempre alegre y con esperanza en Cristo. Adiés-
trese para alabarlo. Esto es un gran remedio para las enfermedades
del cuerpo y del alma.—
Carta 322, 1906
.
Una atmósfera de depresión
—Cuando los ministros, por me-
dio de los cuales Dios trabaja, vienen a la asociación con los nervios
destrozados y con una creciente depresión, les digo que los envuelve
una atmósfera semejante a una espesa capa de niebla que cubre
un cielo sereno. Necesitamos tener fe. Que los labios digan: “En-
grandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador”.
Debemos manifestar la sensación de un Salvador que está pre-
sente, una firme confianza de que Jesús está junto al timón, y que
él obrará para que el noble barco llegue al puerto. Debemos saber
que es imposible que nos salvemos a nosotros mismos o a cualquier
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alma. No tenemos poder para ofrecer salvación a los que perecen.
Jesús, nuestro Redentor, es el Salvador. Somos sólo sus instrumentos