Página 119 - Mente, C

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La depresión
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¿Puede y quiere confiar en él? ¿Puede decirme, antes que me vaya,
que ha recibido fe para creer en Dios?”
Miró hacia lo alto y dijo: “Sí, creo. Tengo fe”.
“Gracias, Señor”, repliqué. Sentí que aunque había habido otros
que habían estado presentes y escuchado mis charlas en el salón, en
este caso había sido ampliamente recompensada por mis esfuerzos.—
Manuscrito 41, 1908
.
Entregándose en manos de Satanás
—No acudan a otros con
sus pruebas y tentaciones; sólo Dios puede ayudarlos. Si ustedes
cumplen las condiciones de las promesas de Dios, éstas se van a
cumplir en ustedes. Si sus mentes están fijas en Dios, no descenderán
en un estado de éxtasis al valle del desánimo cuando les sobrevengan
pruebas y tentaciones. No hablarán con los demás ni de dudas ni de
tinieblas. No dirán: “Yo no sé nada ni de esto ni de aquello. No me
siento feliz. No estoy seguro de que tengamos la verdad”. No dirán
eso, porque tienen un ancla para el alma, que es a la vez segura y
firme.
Cuando hablamos de desánimo y de pesar, Satanás escucha con
un regocijo infernal; porque le agrada saber que los ha sometido a
esclavitud. Satanás no puede leer nuestros pensamientos, pero puede
ver nuestras acciones y oír nuestras palabras; y gracias a su amplio
conocimiento de la familia humana puede adecuar sus tentaciones
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para sacar provecho de los puntos débiles de nuestro carácter. Y cuán
a menudo le revelamos el secreto de cómo puede lograr la victoria
sobre nosotros. ¡Oh, si pudiéramos controlar nuestras palabras y
acciones! Cuán fuertes llegaríamos a ser si nuestras palabras fueran
de tal naturaleza que no tuviéramos que avergonzarnos al enfrentar
su registro en el día del juicio. Qué diferentes parecerán en el día
de Dios de lo que parecían cuando las pronunciamos.—
The Review
and Herald, 27 de febrero de 1913
.
Jesús comprende los sentimientos de desesperación
—La fe y
la esperanza temblaron en medio de la agonía mortal de Cristo, por-
que Dios ya no le aseguró su aprobación y aceptación, como hasta
entonces. El Redentor del mundo había confiado en las evidencias
que lo habían fortalecido hasta allí, de que su Padre aceptaba sus
labores y se complacía en su obra. En su agonía mortal, mientras
entregaba su preciosa vida, tuvo que confiar por la fe solamente en
Aquel a quien había obedecido con gozo. No lo alentaron claros y