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Mente, Cáracter y Personalidad 2
Deberíamos saber por nosotros mismos qué es el cristianismo,
qué es la verdad, qué es la fe que hemos recibido, cuáles son las
reglas bíblicas, las reglas que se nos han dado provenientes de la
más alta autoridad. Hay muchos que creen sin tener una razón pa-
ra fundamentar su fe, sin suficiente evidencia acerca de la verdad
del asunto. Si se presenta una idea que concuerda con sus propias
opiniones preconcebidas, todos están listos para aceptarla. No ra-
zonan de causa a efecto. Su fe no tiene un fundamento genuino,
y en el tiempo de prueba descubrirán que han edificado sobre la
arena.—
Carta 4, 1889
.
La fe debe expresarse
—Si manifestáramos más nuestra fe, si
nos regocijáramos más en las bendiciones que ahora tenemos—la
gran misericordia, la paciencia y el amor de Dios—cada día tendría-
mos más fuerza. ¿No poseen acaso las preciosas palabras pronun-
ciadas por Cristo, el Príncipe de Dios, una seguridad y un poder que
deberían ejercer gran influencia en nosotros, para hacernos creer que
nuestro Padre celestial está más deseoso de dar su Espíritu Santo a
quienes se lo piden de lo que los padres están para conceder buenas
dádivas a sus hijos?—
Mensajes Selectos 2:278 (1892)
.
No debe confundirse la fe con los sentimientos
—Muchos tie-
nen ideas confusas acerca de lo que constituye la fe, y viven por
debajo de sus privilegios. Confunden sentimiento y fe, y están conti-
nuamente angustiados y perplejos, porque Satanás toma toda ventaja
posible de su ignorancia e inexperiencia...
Debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal, o
fracasaremos en nuestro intento por llegar a ser vencedores. No nos
traerá ningún beneficio mantenernos alejados de él, creer que nuestro
amigo o nuestro vecino pueden tenerlo por su Salvador personal,
pero que nosotros no podemos experimentar su amor perdonador.
Debemos creer que somos elegidos de Dios, para ser salvados por el
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ejercicio de la fe, a través de la gracia de Cristo y la obra del Espíritu
Santo; y debemos alabar y glorificar a Dios por esta maravillosa
manifestación de un favor que no merecemos.
Es el amor de Dios el que conduce el alma a Cristo para ser
benignamente recibida y presentada al Padre. Mediante la obra del
Espíritu, se renueva la relación divina entre Dios y el pecador. El
Padre dice: “Yo seré Dios para ellos, y ellos serán para mí hijos.
Ejerceré el amor perdonador hacia ellos, y derramaré en ellos mi