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La comunicación
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nosotros en lo que más necesitemos en la magna obra de dominar
y vencer el yo. Que esté la ley de la clemencia en vuestra lengua y
el óleo de gracia en vuestro corazón; esto producirá maravillosos
resultados: seréis tiernos, simpáticos, corteses. Necesitáis todas estas
gracias. Se ha de recibir e introducir el Espíritu Santo en vuestro
carácter; entonces será como fuego santo que exhalará incienso que
ascenderá a Dios, no de labios que condenen, sino como un restau-
rador de las almas humanas. Vuestro semblante expresará la imagen
de lo divino.
No debieran pronunciarse palabras mordaces, críticas, bruscas ni
severas. Este es fuego vulgar, y debe quedar fuera de todos nuestros
concilios y de las relaciones con nuestros hermanos. Dios requiere
que toda alma que está a su servicio encienda su incensario con los
carbones del fuego sagrado.
Hay que refrenar las palabras vulgares, severas y ásperas que
emanan tan fácilmente de vuestros labios, y el Espíritu de Dios
hablará mediante el ser humano. La contemplación del carácter de
Cristo os transformará a su semejanza. Sólo la gracia de Cristo puede
cambiar vuestro corazón, y entonces reflejaréis la imagen del Señor
Jesús. Dios os insta a que seáis como él: puros, santos e inmaculados.
Hemos de llevar la imagen divina.—
Comentario Bíblico Adventista
3:1182 (1899)
.
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Palabras que destruyen la vida
—Tendrá que pasar por duras
pruebas. Ponga su confianza en el Señor Jesucristo. Recuerde que
por su vehemencia Ud. se daña a Ud. mismo. Si en toda circunstancia
Ud. se sienta en lugares celestiales con Cristo, sus palabras no estarán
cargadas con balas que hieren los corazones y que pueden destruir
la vida.—
Carta 169, 1902
.
Si nos referimos a las dudas, éstas aumentarán
—No debe-
mos hablar de nuestras dudas ni de nuestras pruebas, porque aumen-
tan de tamaño cada vez que nos referimos a ellas. Cuando hablamos
de ellas, Satanás gana la victoria; pero si decimos: “Le encargaré
al Señor la guarda de mi alma porque es el testigo fiel”, entonces
daremos testimonio de que nos hemos entregado sin ninguna reserva
a Jesucristo, de que Dios nos da luz y de que nos regocijamos en
él. Hemos decidido colocarnos bajo los brillantes rayos del Sol de
Justicia, y entonces seremos luces en el mundo. “A quien amáis
sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os