Página 363 - Mente, C

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Compartiendo confidencias
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todo lo que está en nuestro corazón.—
Joyas de los Testimonios 2:60
(1882)
.
Precaución acerca de las confesiones
—Nunca estimuléis a los
hombres a ir a vosotros en busca de sabiduría. Cuando los hom-
bres acudan a vosotros en procura de consejo, señaladles a Aquel
que lee los motivos de cada corazón. Un espíritu diferente debe
compenetrar nuestra obra ministerial. Ninguna persona debe actuar
como confesor, ni ningún hombre debe ser exaltado como supre-
mo. Nuestra obra consiste en humillar el yo y exaltar a Cristo ante
la gente. Después de su resurrección, el Salvador prometió que su
poder acompañaría a todos los que salieran en su nombre. Exáltense
este poder y este nombre. Necesitamos recordar continuamente la
oración de Cristo para que el yo fuese santificado por la verdad y la
justicia.—
Mensajes Selectos 2:193, 194 (1907)
.
No confiesen pecados secretos a otros seres humanos a me-
nos que sean inducidos a ello por el Espíritu Santo (consejo a
la congregación)
—Preséntenles estos pensamientos a las personas
que les piden que oren por ellas: “Somos seres humanos; no pode-
mos leer el corazón ni conocer los secretos de su vida. Sólo Ud. y
Dios los conocen”.
Si Uds. se arrepienten ahora de sus pecados, si ven que en alguna
circunstancia no han andado de acuerdo con la luz que Dios les dio,
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y no han honrado su cuerpo, templo del Señor, sino que debido a
malos hábitos lo han degradado, sin recordar que es propiedad de
Cristo, confiesen esas cosas a Dios. A menos que el Espíritu Santo
los induzca de una manera especial a confesar sus pecados privados
a alguien, ni siquiera los susurren a nadie.—
Our Camp Meetings,
44, 45
, 1892;
Counsels on Health, 373, 374
.
Hagan de Dios su confesor
—Cada uno necesita una experien-
cia práctica respecto de confiar en Dios por sí mismo. Que ningún
hombre llegue a ser vuestro confesor; abrid vuestro corazón a Dios;
contadle todo secreto de vuestra alma. Presentadle vuestras dificulta-
des, grandes y pequeñas, y él os mostrará cómo salir de todas. Sólo
él puede saber cómo daros precisamente la ayuda que necesitáis.—
Obreros Evangélicos, 432, 433 (1915)
.
Confesé mis pecados a Dios y él me los perdonó
—No es digno
de alabanza hablar de nuestras debilidades y desalientos. Que cada
cual diga: “Siento mucho haber cedido a la tentación; mis oraciones