El traslado a Battle Creek
En la visión que se me dio el 12 de junio de 1868, se me mostró
que se podía realizar una gran obra en el sentido de traer almas al
conocimiento de la verdad, si previamente se hacían las diligen-
cias apropiadas. En cada pueblo, ciudad y aldea hay personas que
abrazarían la verdad si ésta les fuera presentada en forma juiciosa.
Se necesitan misioneros entre nosotros, misioneros abnegados que,
como nuestro gran Ejemplo, no se complazcan a sí mismos, sino
que vivan para el bien de los demás.
Se me mostró que como pueblo somos deficientes. Nuestras
obras no están de acuerdo con nuestra fe. Nuestra fe testifica que
estamos viviendo en el momento de la proclamación del mensaje
más solemne e importante que jamás haya sido dado a los mortales.
No obstante, frente a la evidencia de este hecho, nuestros esfuerzos,
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nuestro celo, nuestro espíritu de sacrificio propio no se compara con
el carácter de la obra que tenemos que hacer. Debemos levantarnos
de entre los muertos, y Cristo nos dará vida.
Muchos de nuestros hermanos y hermanas sienten la fuerte incli-
nación de vivir en Battle Creek. Familias procedentes de todas partes
han venido a residir allí, y muchos más están haciendo planes en
este mismo sentido. Algunos de los que han venido a Battle Creek
desempeñaban cargos en las pequeñas iglesias de donde salieron, y
su ayuda y sus esfuerzos se necesitaban allí. Cuando esas personas
llegan a Battle Creek y se encuentran con los numerosos observa-
dores del sábado que hay allí, con frecuencia llegan a la conclusión
de que su testimonio no se necesita, y en consecuencia entierran sus
talentos.
Algunos decidieron venir a Battle Creek por los privilegios espi-
rituales que ofrece ese lugar, no obstante lo cual se preguntan por
qué disminuye su espiritualidad después de permanecer allí unos
pocos meses. ¿No hay una causa, acaso? El propósito de algunos ha
sido obtener ventajas pecuniarias: dedicarse a algún negocio que les
proporcionara mayores ganancias. Sus espectativas en este sentido
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