112
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
do por los pecadores, deberíamos, como consecuencia de un amor
puro y desinteresado por las almas, imitar su ejemplo sacrificando
nuestro propio placer y nuestra conveniencia para hacerles bien.
El gozo propuesto a Cristo, que lo sostenía en medio de todos sus
sufrimientos, era la salvación de los pobres pecadores. Este debería
ser nuestro gozo y el estímulo de nuestras ambiciones en la causa de
nuestro Maestro. De esa manera agradamos a Dios, y le manifesta-
mos nuestro amor y devoción como sus siervos. Nos amó primero, y
no nos escatimó su propio amado Hijo, sino que sacándoselo de su
pecho, por así decirlo, lo envió a morir para que nosotros tuviéramos
vida. El amor, el verdadero amor por nuestros semejantes revela
que amamos a Dios. Podemos hacer una elevada profesión de fe,
pero sin amor, nada valdrá. Nuestra fe puede inducirnos a entregar
nuestros cuerpos para ser quemados, pero si no manifestamos un
amor abnegado, tal como el que se manifestó en el corazón de Jesús
[106]
y fue ejemplificado por su vida, somos como metal que resuena o
címbalo que retiñe.
Hay algunas familias que reciben fortaleza espiritual al trasla-
darse a Battle Creek. Es exactamente el lugar donde algunos pueden
recibir ayuda, en circunstancias que es el sitio equivocado para otros.
El Hno. A y su esposa son un ejemplo de la gente que puede resultar
beneficiada por un traslado a esa ciudad. El Señor los dirigió para
que siguieran ese plan. Battle Creek era exactamente el lugar que
los podría beneficiar, y ha sido una bendición para toda la familia.
Al venir aquí se han fortalecido para posar firmemente su pie en la
plataforma de la verdad, y si perseveran en la senda de la humilde
obediencia, pueden regocijarse por la ayuda que han recibido en
Battle Creek.
* * * * *