Página 135 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El amor verdadero
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transforma, y al apoderarse de la vida de los pecaminosos afecta su
corazón aún cuando ningún otro medio haya tenido éxito.
Dondequiera que se emplee el poder del intelecto, de la autoridad
o de la fuerza, y no se manifieste la presencia del amor, los afectos y
la voluntad de aquellos a quienes procuramos alcanzar, asumen una
actitud defensiva y rebelde, y se refuerza su resistencia. Jesús fue
Príncipe de paz. Vino al mundo para poner en sujeción a sí mismo
la resistencia y la autoridad. Podía disponer de sabiduría y fortaleza,
pero los medios que empleó para vencer el mal, fueron la sabiduría
y la fuerza del amor. No permita que nada divida su interés de su
obra actual, hasta que Dios considere propio darle otro trabajo en
el mismo campo. No procure la felicidad, porque nunca se la halla
buscándola. Cumpla sus deberes. Deje que la fidelidad caracterice
todas sus acciones, y vístase de humildad.
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“Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con
vosotros, así también haced vosotros con ellos”.
Mateo 7:12
. Como
fruto de una conducta tal se verán resultados bienaventurados. “Con
la misma medida que midiereis, os será vuelto a medir”.
Lucas 6:38
.
Estos son los poderosos motivos que deben constreñirnos a amarnos
unos a otros con corazón puro y con fervor. Cristo es nuestro ejem-
plo. El anduvo haciendo bienes. Vivió para beneficiar a otros. El
amor embelleció y ennobleció todas sus acciones. No se nos ordena
que nos hagamos a
nosotros mismos
lo que desearíamos que otros
hiciesen con nosotros; debemos
hacer a otros
lo que quisiéramos
que ellos nos hiciesen en iguales circunstancias. Siempre se nos
vuelve a aplicar la medida con que medimos.
El amor puro es sencillo en sus manifestaciones, y distinto de
cualquier otro principio de acción. El amor por la influencia y el
deseo de que otros nos estimen, puede producir una vida bien or-
denada, y con frecuencia una conversación intachable. El respeto
propio puede inducirnos a evitar la apariencia de mal. Un corazón
egoísta puede ejecutar acciones generosas, reconocer la verdad pre-
sente y expresar humildad y afecto exteriormente, y sin embargo, los
motivos pueden ser engañosos e impuros; las acciones que fluyen de
un corazón tal pueden estar privadas del sabor de vida, de los frutos
de la verdadera santidad, y de los principios del amor puro. Debe
albergarse y cultivarse el amor, porque su influencia es divina.