Página 162 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Una reprensión contra la agresividad
Querido Hno. M,
Cuando estuvimos en _____, anhelábamos ayudarle, pero te-
míamos que usted no quisiera recibir la ayuda que necesitaba. Le
propuse que viniera a casa y se relacionara con nosotros y con otros
de los amados hijos de Dios, para que aprendiera las importantes
lecciones que tiene que aprender antes de poder fortalecerse para
soportar las tentaciones y los peligros de estos últimos días. Recordé
su rostro como el de alguien que el Señor me había mostrado que
estaba luchando para dominar algunos poderosos malos hábitos,
que lo estaban conduciendo no sólo a la destrucción de su cuerpo,
sino a la destrucción eterna en el más allá. Usted ha ganado algunas
victorias, pero todavía tiene grandes victorias que obtener; tiene que
librar algunas batallas contra enemigos internos que, a menos que
los venza, malograrán en gran medida su propia felicidad y la de
todos los que se relacionan con usted.
Los malos rasgos que se manifiestan en su carácter deben ser
vencidos. Debe emprender la tarea con sinceras y humildes oraciones
a Dios, consciente de su incapacidad si no dispone de su gracia
especial. La creencia en la verdad ya ha producido una reforma
en su vida, pero no ha sido tan completa como debería haberlo
sido para que alcanzara las medidas de Dios. Usted ama la verdad,
pero ésta debería haber penetrado más profundamente en su vida, y
debería haber ejercido influencia sobre sus palabras y toda su manera
de ser. Tiene que aprender una gran lección, y no debería perder
tiempo para aprenderla. No se ha educado a sí mismo para ejercer
dominio propio. En esto tiene una victoria especial que ganar. En su
carácter hay más elementos de guerra que de paz. Necesita cultivar
la verdadera cortesía cristiana. “En cuanto a honra, prefiriéndoos los
unos a los otros”.
Romanos 12:10
. “Nada hagáis por contienda o
por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los
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demás como superiores a él mismo”.
Filipenses 2:3
.
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