Página 180 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Se contaron entre los primeros que profesaron creer la verdad y ser
seguidores de Cristo; pero la conducta llena de vanidad y orgullo de
ustedes ha hecho más para dar forma a la experiencia de los jóvenes
de ese lugar que la de cualquiera de los demás. A los que se habían
convertido a la verdad los tomaron de la mano, por así decirlo, para
llevarlos al mundo.
Sobre ustedes descansa una gran culpabilidad, como asimismo
sobre sus padres, que halagaron su orgullo e insensatez. Simpati-
zaron con ustedes cuando se las reprendía, y les dieron a entender
que esas reprensiones eran inmerecidas. Usted, Hna. O, se ha creí-
do bonita. Sus padres le han adulado. Procuró relacionarse con los
incrédulos. Aparte de su profesión de fe, sus acciones no han concor-
dado con lo que se esperaba de una niña prudente y modesta. Pero
cuando este asunto se analiza considerando que usted profesa ser
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seguidora de Jesús, el manso y humilde, ha deshonrado su profesión
de fe. Mi hermana: ¿acaso cree usted que esos vendedores no eran
capaces de ver más allá del lustre que usted estaba ostentando a su
alrededor? ¿Cree usted que se sentían tan cautivados con su bello
rostro como para no ver debajo de la superficie y darse cuenta de
cuál era su verdadero carácter superficial? Cuando usted se puso
los adornos en la cabeza que pidió prestados en la tienda de la Hna.
R, a continuación de lo cual se paseó en exhibición delante de esos
vendedores, ¿cree usted que ellos no se dieron cuenta de la realidad?
¿Se olvidó usted que los ángeles de Dios estaban presentes, y que
sus ojos puros estaban leyendo sus pensamientos, y las intenciones y
propósitos de su corazón, tomando nota de cada acto para describir
su verdadero carácter frívolo? Mientras usted se hallaba absorta por
su charla con el vendedor que la estaba fascinando, porque adulaba
su vanidad, si en ese momento hubiera mirado al espejo habría visto
los gestos, y oído los cuchicheos de los que la observaban, y sus
risas sordas a causa del espectáculo insensato que estaba dando.
Estaba arrojando una mancha sobre la causa de la verdad. Si usted
hubiera entrado en esa tienda sin que nadie la viera poco después de
salir, y hubiera escuchado la conversación por tanto tiempo como
la decencia lo hubiera permitido, habría escuchado algunas cosas
acerca de las cuales nunca pensó antes. Se habría sentido herida y
humillada al enterarse de la opinión que tenían de usted incluso esos
frívolos vendedores. El mismo que la aduló descaradamente, se unió