La severidad en el gobierno de la familia
HNO. L,
En junio pasado se me mostró que hay una obra que hacer para
que usted corrija su conducta. Usted no se ve a sí mismo. Su vida ha
sido una equivocación. No sigue una conducta sabia y misericordiosa
en el seno de su familia. Es exigente. Si continúa el proceder que ha
seguido con su esposa y sus hijos, los días de ella serán acortados y
sus hijos le van a tener miedo, pero no lo van a querer. Usted cree
que su conducta se basa en la sabiduría cristiana, pero se engaña a sí
mismo.
Tiene ideas peculiares con respecto a la forma de dirigir a su
familia. Ejerce un poder independiente y arbitrario que no concede
libertad de ninguna clase a los que están a su alrededor. Se cree
suficiente para capitanear a su familia, y piensa que su cabeza basta
para mover a cada miembro, tal como el obrero mueve la máquina
que tiene en las manos. Usted da órdenes y asume una autoridad
que desagrada al Cielo y entristece a los ángeles piadosos. Se ha
comportado en el seno de su familia como si fuera el único capaz
de manejarse a sí mismo. Se ha ofendido cuando su esposa se ha
atrevido a oponerse a sus opiniones y a poner en tela de juicio sus
decisiones.
Después de ejercer mucha tolerancia, soportar pacientemente
sus caprichos, ella se ha rebelado contra una autoridad injusta, se
ha vuelto nerviosa y distraída, y ha manifestado desprecio por su
conducta. Usted se ha aprovechado de estas manifestaciones, la ha
acusado de cometer pecado, y ha sido dirigido por el espíritu del
diablo, cuando quien cometía la falta era usted. La llevó al borde de
la desesperación, y después se burló de ella. Cuán fácil le habría sido
hacerle alegre y agradable la vida. Pero usted hizo todo lo contrario.
Ha sido más bien indolente. No ha tenido la ambición de ejercer
la fortaleza que el Señor le ha concedido. Este es su capital. Un
uso juicioso de su fuerza, más hábitos de perseverancia y trabajo, lo
habrían capacitado para conseguir las comodidades de la vida. Usted
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