Página 264 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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El engaño de las riquezas
Querida Hna. M,
Cuando el Señor me mostró su caso, se me hizo recordar lo que
pasó hace muchos años, cuando usted creía en la próxima venida de
Cristo. Usted esperaba y amaba su aparición.
Su esposo era por naturaleza un hombre afectuoso y noble;
pero confiaba en su propia fuerza, que era debilidad. No sentía
la necesidad de hacer de Dios su fortaleza. Las bebidas intoxicantes
entorpecieron su cerebro, y finalmente paralizaron las facultades
superiores de la mente. Su humanidad, creada a la semejanza de
Dios, fue sacrificada a su sed por las bebidas fuertes.
Usted sufrió oposición y malos tratos, pero Dios fue la fuente
de su fortaleza. Mientras confió en él, la sostuvo. En todas sus
puebas no se permitió que fuera abrumada. ¡Cuán a menudo la
fortalecieron los ángeles celestiales cuando se estaba desanimando,
impresionando vívidamente su corazón con pasajes de las Escrituras
que expresan el amor inagotable de Dios, y dándole evidencias de
que su misericordia nunca cambia! Su alma confiaba en el Señor.
Su comida y su bebida era hacer la voluntad de su Padre celestial.
A veces confiaba fielmente en las promesas de Dios, y de nuevo
su fe era probada hasta lo sumo. Los caminos de Dios parecían
misteriosos, pero la mayor parte del tiempo usted tenía evidencias de
que él la cuidaba en medio de sus aflicciones, y que no iba a permitir
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que sus cargas fueran más pesadas de lo que podía soportar.
El Maestro vio que usted necesitaba prepararse para su reino
celestial. No la puso en el horno para que el fuego de la aflicción
la consumiera. Como un refinador y purificador de plata, mantuvo
sus ojos fijos en usted, para vigilar el proceso de purificación, hasta
percibir su imagen reflejada en usted. Aunque a menudo sintió que
la llama de la aflicción se encendía sobre usted, y a ratos pensó que
la iba a consumir, la misericordia de Dios era tan grande en esos
momentos, como cuando se sentía libre espiritualmente y triunfante
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