Una juventud que se engaña a sí misma
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todos sus privilegios religiosos y aprender los caminos y la voluntad
de Dios. Cuán cuidadoso sería usted al meditar en la ley de Dios y
al comparar su vida con sus requerimientos. Cuánto temor tendría,
no sea que peque en palabras u obras, y cuán ferviente para crecer
en la gracia y la verdadera santidad. Su conversación no se referiría
a cosas baladíes sino al Cielo. Entonces cosas gloriosas y eternas
se abrirían ante usted, y no descansaría hasta que su espiritualidad
se desarrollara más y más. Pero las cosas de la tierra reclaman su
atención y usted se olvida de Dios. Le ruego que alce el rostro, que
busque al Señor para que lo pueda encontrar; llámelo mientras está
cercano.
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