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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Me apena ver la falta de piedad que existe entre la juventud.
Satanás se apodera de las mentes y las lleva por canales corruptos.
Muchos de los jóvenes se están engañando a sí mismos. Creen que
son cristianos, pero nunca se han convertido. Mientras esta obra
no se lleve a cabo en ellos, no comprenderán qué es el misterio
de la piedad. No hay paz para los impíos. Dios quiere veracidad y
sinceridad de corazón. El lo contempla y siente pena por usted, y
por todos los jóvenes que se dedican con tanto entusiasmo a juegos
pueriles, y que malgastan el tiempo, tan corto y precioso, en cosas
que no tienen valor. Cristo lo compró a un precio muy elevado, y
le ofrece gracia y gloria si está dispuesto a recibirlas; pero usted
se aparta de la preciosa promesa del don de la vida eterna por los
magros e insatisfactorios placeres de la tierra.
Su obra en este sentido no dará ganancias, sino una gran pérdida.
La paga del pecado es muerte. La vida y el Cielo están delante de
usted, pero parece que usted no sabe cuánto valen. No ha meditado
en las preciosas cosas del Cielo. Si se rechaza el inestimable amor
de Cristo, si el Cielo, la gloria y la vida eterna se consideran de
poco valor, ¿qué motivos podemos presentar para la acción? ¿Qué
incentivos para atraer? ¿Será posible que algunos deportes insensatos
y una ronda de placeres excitantes atraigan la mente, la separen de
Dios y adormezcan el corazón a su santo temor?
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¡Oh! Yo le ruego a usted, que tiene tan poco interés en las cosas
santas, que escudriñe minuciosamente su propio corazón. ¿Qué de-
fensa va a hacer delante de Dios para justificar su vida mundana y
carente de consagración? En ese día tremendo no podrá defender-
se. Permanecerá mudo. Piense, le ruego, piense durante esas horas
que dedica a buscar placeres, que todas esas cosas terminarán. Si
usted tuviera conceptos correctos acerca de la vida, de la vida del
Señor, que no tiene fin, cuán rápidamente se apartaría de esa vida de
placeres y pecados. Cuán prontamente cambiaría de actitud, de con-
ducta, de amigos, y volcaría la fuerza de sus afectos en Dios y en las
cosas celestiales. Cuán decididamente despreciaría usted el hecho
de haber cedido a las tentaciones que lo han engañado y cautivado.
Cuán celosos serían sus esfuerzos por lograr la vida bendita; cuán
fervientes y perseverantes serían sus oraciones a Dios para pedirle
que su gracia repose sobre usted, para que su poder lo sostenga y
le ayude a resistir al diablo. Cuán diligente sería para aprovechar