Página 31 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Trabajando por Cristo
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frutos que Cristo quiere que produzcamos; palabras amables, hechos
generosos, de tierna consideración por los pobres, los necesitados,
los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con otros corazones
abrumados por el desánimo y el pesar, cuando la mano se abre en
favor de los necesitados, cuando se viste al desnudo, cuando se da
la bienvenida al extranjero para que ocupe su lugar en la casa y en
el corazón, los ángeles se acercan, y un acorde parecido resuena
en los Cielos. Todo acto de justicia, misericordia y benevolencia
produce melodías en el Cielo. El Padre desde su trono observa a los
que llevan a cabo estos actos de misericordia, y los cuenta entre sus
más preciosos tesoros. “Y serán míos, dice Jehová de los ejércitos,
en aquel día cuando reúna mis joyas”. Todo acto misericordioso,
realizado en favor de los necesitados y los que sufren es considerado
como si se lo hubiera hecho a Jesús. Cuando socorréis al pobre,
simpatizáis con el afligido y el oprimido, y cultiváis la amistad del
huérfano, entabláis una relación más estrecha con Jesús.
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo,
y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en
la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De
cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y
los justos a la vida eterna”.
Mateo 25:41-46
.
Jesús se identifica con la gente que sufre. “Yo tenía hambre y sed.
Yo era forastero. Yo estaba desnudo. Yo me hallaba enfermo. Yo me
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encontraba en la cárcel. Mientras vosotros disfrutabais del abundante
alimento extendido sobre vuestra mesa, yo padecía de hambre en la
choza o en la calle, no lejos de vosotros. Cuando cerrasteis vuestras
puertas delante de mí, mientras vuestras bien amobladas habitacio-
nes estaban vacías, yo no tenía donde reclinar la cabeza. Vuestros
guardarropas estaban repletos de trajes y vestidos para cambiaros,
en cuya adquisición dilapidasteis mucho dinero que podríais haber
dado a los necesitados, yo carecía de vestidos cómodos. Mientras
gozabais de salud, yo estaba enfermo. La desgracia me arrojó en