Página 32 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

28
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
prisión y me encadenó, doblegando mi espíritu y privándome de
libertad y esperanza, mientras vosotros andabais de aquí para allá,
libres”. ¡Qué unidad dice Jesús aquí que existe entre él y sus su-
frientes discípulos! Considera que el caso de ellos es el suyo. Se
identifica con ellos como si fuera él mismo quien sufre. Toma nota,
cristiano egoísta, que cada vez que descuidas al pobre necesitado y
al huérfano, estás desamparando a Jesús en persona.
Conozco personas que hacen una elevada profesión de fe, cuyos
corazones están tan encasillados en el amor de sí mismos y en el
egoísmo, que no pueden apreciar lo que estoy escribiendo. Toda la
vida han pensado y vivido sólo para sí mismos. Hacer un sacrificio
para beneficiar a los demás, perder algo para que otros puedan ganar,
está totalmente fuera de sus planes. No tienen la menor idea de
que Dios les pide esto. El yo es su ídolo. Semanas, meses y años
preciosos pasan a la eternidad, sin que se registre en el Cielo que
hayan realizado actos bondadosos, se hayan sacrificado por el bien
de los demás, hayan alimentado al hambriento, vestido al desnudo
o recibido en sus casas al forastero. Esto de recibir extraños al
azar no es agradable. Si supieran que los que desean participar de
su abundancia son dignos de ello, tal vez podrían hacer algo en
este sentido. Hay virtud en arriesgarse. Es posible que hospedemos
ángeles.
Hay huérfanos que deberían ser atendidos; pero algunos no se
atreven a emprender esta tarea, porque les daría más trabajo del que
quisieran realizar, y les dejaría muy poco tiempo para la complacen-
cia propia. Pero cuando el Rey proceda con su investigación, estas
almas que no hacen nada, carentes de generosidad, entonces se darán
cuenta de que el Cielo está de parte de los que han sido trabajadores,
[26]
de los que se han negado a sí mismos por causa de Cristo. No se ha
hecho provisión alguna para los que siempre han tenido un cuidado
especial en amarse y cuidarse a sí mismos. El terrible castigo con
que el Rey amenaza a los que se hallan a su izquierda, en este caso,
no tiene por motivo sus grandes crímenes. No se los condena por lo
que hicieron, sino por lo que dejaron de hacer. No hicisteis lo que
el Cielo os había dicho que hicierais. Os complacisteis a vosotros
mismos, y vuestra parte está con los que se complacen a sí mismos.
A mis hermanas digo: Sed hijas de benevolencia. El Hijo del
hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Tal vez