Página 340 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

336
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Mi esposo y yo asistimos una vez a una reunión en la que se
solicitó nuestra simpatía en favor de un hermano que sufría mucho
de tisis. Pálido y demacrado, el enfermo solicitó las oraciones de
los hijos de Dios. Nos dijo que su familia estaba enferma y que
había perdido un hijo. Habló con sentimiento de su pérdida. Dijo
que desde hacía un tiempo esperaba a los hermanos White. Creía
que si ellos oraban por él, sanaría. Después de terminar la reunión,
los hermanos nos llamaron la atención a su caso. Dijeron que la
iglesia les estaba ayudando, que su esposa estaba enferma, y que su
hijo había muerto. Los hermanos se habían reunido para orar por la
familia afligida. Estábamos muy cansados, y pesaba sobre nosotros
la responsabilidad del trabajo durante la reunión, y deseábamos que
se nos disculpara.
[314]
Yo había resuelto no orar a favor de nadie, a menos que el Espíritu
del Señor dictase lo que debía hacerse. Se me había mostrado que
abundaba tanta iniquidad, aun entre los profesos observadores del
sábado, que no deseaba orar con otros en favor de aquellos cuya
historia no conocía. Cuando expresé mi razón, los hermanos me
aseguraron que, por cuanto sabían, era un hermano digno. Conversé
algunas palabras con el que había solicitado nuestras oraciones
para ser sanado; pero no me sentía libre. El lloró y dijo que había
aguardado nuestra venida, y se sentía seguro de que si orábamos
por él, recobraría la salud. Le dijimos que no conocíamos su vida;
que preferíamos que orasen por él aquellos que le conocían. Nos
importunó con tanta insistencia que decidimos considerar su caso,
y presentarlo ante el Señor aquella noche; y si el camino parecía
expedito, cumpliríamos con su petición.
Esa noche, postrados en oración, presentamos su caso ante el
Señor. Pedimos conocer la voluntad de Dios acerca de él. Todo lo
que deseábamos era que Dios fuera glorificado. ¿Quería el Señor
que orásemos por este hombre afligido? Dejamos la carga al Señor
y nos retiramos a descansar. En un sueño se me presentó claramente
el caso de este hombre. Se me mostró su conducta desde su infancia,
y supe que si orábamos, el Señor no nos oiría, porque ese hermano
albergaba iniquidad en su corazón. A la mañana siguiente, el hombre
acudió a pedirnos que orásemos por él. Lo llevamos aparte y le
dijimos que lamentábamos vernos obligados a negarle lo que pedía.
Relaté mi sueño que él reconoció como verdadero. Había abusado de