Página 427 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un llamado a la iglesia
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haya obrado iniquidad como lo ha hecho. Creo que es la voluntad
de Dios que este caso de hipocresía e infamia sea traído a la luz de
un modo tal que resulte de advertencia a otros. He quí un hombre
que conocía las enseñanzas de la Biblia, y que había escuchado
personalmente los testimonios presentados por mí en contra de los
pecados que él practicaba. Más de una vez me había oído hablar
decididamente acerca de los principales pecados de esta generación,
me había oído decir que la corrupción abundaba en todo lugar, que
las bajas pasiones controlaban generalmente a los hombres y las
mujeres, que entre las masas se cometían continuamente los críme-
nes más sombríos, y se contaminaban en su propia corrupción. Las
iglesias nominales están llenas de fornicación y adulterio, crimen y
asesinato, como resultado de las bajas pasiones y la concupiscencia;
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pero estas cosas se mantienen ocultas. Hay ministros que ocupan
altos cargos, que son culpables; sin embargo un manto de santidad
cubre sus oscuros actos, y continúan año tras año con su proceder
hipócrita. Los pecados de las iglesias nominales han alcanzado al
cielo, y los honestos de corazón recibirán luz y saldrán de entre
ellos.
De acuerdo con la luz que Dios me ha dado, un gran número
de los adventistas de la primera hora consideran la fornicación y
el adulterio como pecados que Dios pasa por alto. Estos pecados
se practican muy comúnmente. No reconocen las exigencias de la
ley de Dios. Han transgredido los mandamientos del gran Jehová
y celosamente enseñan a sus oidores a hacer lo mismo, declarando
que la ley de Dios ha sido abolida y no tiene jurisdicción sobre ellos.
De acuerdo con este libre estado de cosas, el pecado no parece tan
tremendamente pecaminoso; “pues por la ley es el conocimiento del
pecado”. Podemos encontrar en este grupo a hombres que han de
engañar, mentir, y dar rienda suelta a sus concupiscencias. Pero los
hombres que reconocen como vigentes los Diez Mandamientos, que
observan el cuarto mandamiento del Decálogo, debieran practicar
en sus vidas los principios de los diez preceptos promulgados con
sobrecogedora grandiosidad en el Sinaí.
Los adventistas del séptimo día, que profesan esperar y amar la
aparición de Cristo, no debieran seguir el proceder de los mundanos.
Estos no son la regla para los observadores de los mandamientos.
Tampoco debieran tomar ejemplo de los adventistas del primer día,