Aceptando la cruz de la verdad
Estimada Hna. U,
En alguna medida conozco su temperamento peculiar, su caute-
la, sus temores y su falta de esperanza y confianza. Comparto sus
sufrimientos mentales, ya que no puede comprender todo en cuanto
a nuestra posición y fe tan claramente como lo desearía. Sabemos
que usted es muy concienzuda, y no dudamos de que, si tuviera el
privilegio de escuchar acerca de todos los puntos de nuestra verdad
presente, y de juzgar las evidencias por usted misma, estaría segura,
se sentiría fortalecida y firme, de modo que la oposición o la crítica
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no la moverían de su seguro fundamento. Como usted no ha tenido
el privilegio que muchos otros tienen, de asistir a las reuniones y
experimentar usted misma las evidencias que acompañan la presen-
tación de la verdad que consideramos sagrada, nos sentimos más
preocupados por usted. Le abrimos nuestros corazones y albergamos
un sincero y ferviente amor por usted. Tememos que en medio de los
peligros de estos días pueda naufragar. No se disguste conmigo por
escribirle así. Usted no puede estar claramente consciente, como yo,
de los ardides y sofismas de Satanás. Sus engaños son muchos; sus
trampas están cuidadosa y arteramente preparadas para atrapar a los
incautos e inocentes. Deseamos que escape de sus ardides; queremos
que esté completamente del lado del Señor, amando, esperando y
ansiando la aparición de nuestro Salvador en las nubes de los cielos.
Desde sus primeros esfuerzos por guardar el sábado, han surgido
muchas cosas que la han desanimado; no obstante esperamos que
estas cosas no alejen su mente de las importantes verdades para
estos últimos días. Aunque no todos los defensores de la verdad
se comporten como debieran, porque no están santificados por las
verdades que profesan, la verdad es la misma; su lustre no se opaca.
Aunque puedan colocarse entre la verdad y los que no la han abraza-
do completamente, y su negra sombra puede aparecer por un tiempo
y oscurecer su brillante lustre, aun así en realidad no logra hacerlo; la
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