Página 512 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
creando división entre los fanáticos y en los que Dios había enviado
con un mensaje especial, se interpuso directamente en el camino
de los que veían y querían enmendar sus errores. Su conducta en
ese momento, al no encargarse de la situación y trabajar del lado
correcto para enmendar ese devastador fanatismo, dio origen al
desalentador estado de cosas que surgió de ese oscuro reino del
fanatismo. Los hermanos C y D, toda la iglesia de _____, y la gente
de _____, no fueron guiados a tomar posiciones correctas, como
podría haber sucedido si usted hubiera sido humilde y enseñable, y
hubiera trabajado en unión con los siervos de Dios.
Cuando un hombre que profesa ser un maestro, un guía, se aven-
tura a comportarse como usted por causa de su obstinación, tendrá
que soportar un gran peso de responsabilidad por las almas que
tropezaron por su culpa y se perdieron. Un ministro no puede ser
demasiado cuidadoso de su influencia. La obstinación, los celos y el
egoísmo no debieran tener parte en su ser; porque si se los fomenta,
arruinará más almas de las que pueda salvar. Si no puede vencer
estos elementos peligrosos de su carácter, sería mejor que no tuviera
nada que ver con la causa de Dios. Al alentar estos rasgos de carác-
ter, que pueden no parecerle muy malos a él, colocará a las almas
más allá de su alcance y del alcance de otros. Si tales ministros no
intervinieran, las almas no susceptibles a la influencia del Espíritu de
Dios, podrían ser alcanzadas por los que pueden darles un ejemplo
digno de imitar, de acuerdo con la verdad que enseñan. Por medio
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de una vida consecuente el ministro podrá retener la confianza de
los que buscan la verdad, hasta que pueda ayudarlos a afianzarse
firmemente en la Roca de los siglos; y después, si son tentados, esa
influencia lo capacitará para advertirlos, exhortarlos, reprenderlos y
aconsejarlos con éxito.
Por sobre todos los hombres, los ministros de Cristo, que anun-
cian la solemne verdad para estos últimos días, debieran estar libres
de egoísmo. La benevolencia debiera morar naturalmente en ellos.
Debieran avergonzarse de actuar con sus hermanos de tal modo
que deje ver rasgos de egoísmo. Debieran ser modelos de piedad,
epístolas vivas, conocidas y leídas por todos los hombres. Debieran
llevar frutos santos. Debieran poseer un espíritu opuesto al de los
mundanos. Al aceptar la verdad divina se transforman en siervos
de Dios, y no son más hijos de las tinieblas y siervos del mundo.