A la esposa de un ministro
Estimada Hna. I,
Ayer tuve algún tiempo para reflexionar, y ahora tengo algunos
pensamientos que deseo presentarle. No podría contestarle inme-
diatamente su pregunta concerniente a su deber de viajar con su
esposo. Todavía no conozco el resultado de que lo acompañara; por
lo tanto no podría hablar con tanto conocimiento, como si hubiera
estado enterada de la influencia que usted había ejercido. No puedo
dar consejo en tinieblas. Debo estar segura de que mi consejo es
correcto a la luz. Se utilizan mucho mis palabras, por lo tanto tengo
que proceder con cuidado. Después de cuidadosa reflexión, tratando
de recordar cosas que me han sido mostradas acerca de su caso,
estoy lista a escribirle.
De acuerdo con las cartas que me ha escrito con respecto al
hermano J, temo que usted está prejuiciada y algo celosa. Espero
que no sea así, pero temo que así sea. Usted y su esposo son muy
sensibles y celosos por naturaleza, por lo tanto necesitan cuidarse en
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este respecto. No creemos que el hermano J tenga una visión clara
de todas las cosas. Pensamos que su esposa está lejos de estar en
lo correcto y tiene gran influencia sobre él; no obstante esperamos
que si todos se acercan a él con sabiduría, se librará de la trampa de
Satanás y verá todo claramente.
Estimada hermana, estamos decididos a ser imparciales y a que
nuestras palabras o actos no sean influenciados por rumores. No
tenemos favoritos. Quiera el Señor darnos sabiduría celestial, para
que podamos actuar correcta e imparcialmente, y así estar de acuerdo
con su Espíritu. No queremos que nuestras obras sean moldeadas por
el yo. No queremos que interfieran los sentimientos personales. Si
pensamos que no se nos considera especialmente, o si vemos, o nos
imaginamos que vemos, una clara negligencia, queremos el espíritu
de nuestro perdonador Maestro. La gente que profesaba seguirlo
no lo recibieron, porque él se dirigía a Jerusalén, y no dio señal de
querer permanecer con ellos. No abrieron sus puertas al Huésped
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