A la esposa de un ministro
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celestial, y no lo instaron a que se quedase con ellos, aunque lo
vieron fatigado por el viaje, y ya llegaba la noche. No dieron señal
de que realmente deseaban a Jesús. Los discípulos sabían que él
quería permanecer allí esa noche, y sintieron tan profundamente el
desaire hecho a su Señor que se enojaron, y le rogaron a Jesús que
demostrara un justo resentimiento e hiciera bajar fuego del cielo
para consumir a los que así lo habían ofendido. Pero él los reprendió
por su indignación y celo por su honor, y les dijo que él venía no
para traer juicio, sino para mostrar misericordia.
Esta lección de nuestro Salvador es para usted y para mí. No
debemos permitir que el resentimiento penetre en nuestro corazón.
Cuando somos insultados, no debemos responder con insultos. ¡Oh
celos y malas presunciones, cuánto mal habéis causado! ¡Cómo
habéis transformado la amistad y el amor en amargura y odio! De-
bemos ser menos orgullosos, menos sensibles, tener menos amor
propio, y estar muertos a los intereses personales. Nuestros intereses
deben estar ocultos en Cristo y nosotros debemos ser capaces de
decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cristo nos ha dicho
cómo hacer todo fácil y feliz mientras vivimos: “Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
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corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.
Mateo 11:28-29
.
La gran dificultad es que hay tan poca mansedumbre y humildad
que el yugo irrita y la carga es pesada. Cuando poseemos verdadera
mansedumbre y humildad estamos tan escondidos en Cristo que
no tomamos a pecho el descuido o los desaires; somos sordos a la
crítica y ciegos al desprecio y al insulto.
Hermana I, al ver las características de su caso claramente, consi-
dero que se puede hacer una seria objeción a su viaje. Usted no lleva
las cargas que debiera llevar. Requiere la simpatía de los demás,
pero no da nada a cambio. Se permite ser una carga donde está,
y con demasiada frecuencia la tienen que servir, cuando los que
llevan sus propias cargas y las suyas no están en mejor condición
de hacerlo que usted. No se basta a sí misma, y su influencia no
es la que debiera ejercer la esposa de un ministro. Usted necesita
más trabajo físico que el que realiza, y de acuerdo con lo que se
me ha mostrado, pienso que cumpliría mejor su deber si se ocupara
con alegría en la obra de educar a su hija y en fomentar el amor