Página 549 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La recreación cristiana
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manifestaba una influencia que no era tan agradable como podríamos
haber deseado.
Pero creo que aun mientras procuramos refrigerar nuestros es-
píritus y vigorizar nuestros cuerpos,
Dios requiere
de nosotros que
empleemos todas nuestras facultades en todos los momentos con el
mejor propósito. Podemos asociarnos como lo hacemos hoy, y ha-
cerlo todo para gloria de Dios. Podemos y debemos dirigir nuestras
recreaciones de tal manera que nos dejen más idóneos para desem-
peñar con éxito los deberes que nos incumben, y para que nuestra
influencia sea más benéfica sobre aquellos con quienes tratamos.
Tal debiera ser especialmente el caso en una ocasión como ésta, que
debiera alegrarnos a todos. Podemos volver a nuestras casas con el
espíritu animado y el cuerpo refrigerado, preparados para reanudar
el trabajo con mejor esperanza y más valor.
Creemos que cada día de nuestra vida es nuestro privilegio glo-
rificar a Dios aquí en la tierra; que no hemos de vivir en este mundo
simplemente para divertirnos y agradarnos a nosotros mismos. Esta-
mos aquí para beneficiar a la humanidad, para ser una bendición para
todos. Y si dejamos que nuestro espíritu se rebaje al nivel en el cual
muchos de los que procuran solamente la vanidad y la insensatez
permiten que se espacie el suyo, ¿cómo podemos beneficiar a la
sociedad, a nuestra especie y generación? No podemos dedicarnos
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inocentemente a cualquier diversión que nos incapacite para el más
fiel desempeño de los deberes comunes de la vida.
Queremos buscar lo elevado y hermoso. Queremos desviar la
mente de lo superficial vano e inestable. Lo que deseamos es obtener
nuevas fuerzas de todo aquello en lo cual participamos. De todas
estas reuniones destinadas a la recreación, de todo trato agradable,
queremos obtener nueva fuerza para llegar a ser mejores hombres
y mujeres. De toda fuente posible adquiramos nuevo valor, nueva
fuerza, nuevo poder, a fin de elevar nuestra vida a la pureza y la
santidad, y no descender al bajo nivel de este mundo.
Oímos a muchos que profesan la religión de Cristo hablar a
menudo así: “Debemos todos descender a cierto nivel”. Para los
cristianos no hay tal descenso. Abrazar la verdad de Dios y la religión
de la Biblia no es descender, es ascender a un nivel elevado, a un
punto más alto, donde podemos comunicarnos con Dios.