Página 550 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Por esta misma razón Cristo se humilló a sí mismo, tomó nuestra
naturaleza para que por su propia humillación, sufrimiento y sa-
crificio él pudiera llegar a ser un escalón para los hombres caídos,
para que por los méritos de Cristo pudieran elevarse, y para que por
medio de la excelencia y virtud de Cristo, sus esfuerzos por guardar
la ley de Dios pudieran ser aceptos por él. Aquí no hay tal cosa como
descender a cierto nivel. Estamos tratando de colocar nuestros pies
sobre la elevada y exaltada plataforma de la verdad eterna. Tratamos
de llegar a ser más semejantes a los ángeles celestiales, y ser más
puros de corazón, más libres de pecado, inocentes e inmaculados.
Buscamos la pureza y la santidad de la vida, para que al final
podamos estar aptos para la sociedad celestial en el reino de gloria.
Y el único medio para lograr esta elevación del carácter cristiano es
Jesucristo. No hay otro modo de exaltar la familia humana. ¡Algunos
hablan de la humillación que sufren y del sacrificio que hacen al
adoptar la verdad de origen celestial! Es cierto que el mundo no
acepta la verdad, los incrédulos no la reciben. Ellos pueden hablar de
los que han abrazado la verdad y buscado al Salvador, y presentarlos
como quienes lo han dejado todo, renunciado a todo, y sacrificado
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todo lo que vale la pena retener. Pero no me digan eso a mí. Yo
conozco la realidad. Por experiencia sé que es todo lo contrario.
No pueden decir que tenemos que abandonar nuestros tesoros más
queridos sin recibir algo equivalente. ¡Por cierto que no! El Creador,
que preparó el hermoso Edén para nuestros primeros padres, que
ha plantado para nosotros los bellos árboles y flores, y proveyó
todo lo que es hermoso y glorioso en la naturaleza para que la raza
humana lo disfrute, se propuso que los seres humanos lo disfrutaran.
Entonces no piensen que Dios desea que abandonemos todo lo que
nos da felicidad. El requiere que abandonemos sólo lo que no sería
para nuestro bien y felicidad retener.
Ese Dios que ha plantado estos nobles árboles y los ha vestido
con su rico follaje, que nos ha dado las brillantes y hermosas to-
nalidades de las flores, y cuya bella obra vemos en el reino de la
naturaleza, no tiene la intención de hacernos infelices; no se propone
que no gustemos ni disfrutemos de estas cosas. Es su voluntad que
las disfrutemos y seamos felices con los encantos de la naturaleza,
que son su propia creación.