Un sueño impresionante
Mientras visitaba Battle Creek en agosto de 1868, soñé que esta-
ba con una gran compañía de gente. Una parte de esta congregación
empezó a prepararse para un viaje. Teníamos carretas muy cargadas.
Mientras viajábamos, parecía que el camino ascendía. A un lado de
este camino había un profundo precipicio; al otro había un alto y
liso muro blanco, con la terminación dura de paredes revocadas.
A medida que avanzábamos, el camino se hacía más angosto y
empinado. En algunos lugares parecía tan estrecho que no podíamos
ya viajar con las carretas cargadas. Entonces desatamos los caballos,
tomamos parte del equipaje de las carretas, lo colocamos sobre los
caballos, y viajamos a caballo.
A medida que avanzábamos la senda seguía estrechándose. Nos
vimos obligados a marchar muy cerca del muro, para evitar caer
del angosto camino en el profundo precipicio. Cuando hacíamos
esto, el equipaje que llevaban los caballos presionaba contra la pared
y nos impelía hacia el precipicio. Temíamos caer y estrellarnos
contra las rocas. Entonces soltamos el equipaje de los caballos, que
cayó al precipicio. Seguimos a caballo, y cuando llegábamos a los
lugares más angostos del camino, sentíamos gran temor de perder el
equilibrio y caer. En esos momentos, parecía que una mano tomaba
la brida y nos guiaba en el camino peligroso.
Como la senda se hacía más angosta, decidimos que ya no po-
díamos seguir a caballo con seguridad. Dejamos los caballos y
continuamos a pie, en una sola fila, cada uno siguiendo las pisadas
del otro. En este punto, pequeñas cuerdas descendieron desde lo alto
del muro blanco; nos asimos de ellas firmemente, para ayudarnos a
mantenernos en equilibrio sobre la senda. Mientras avanzábamos,
el cordón avanzaba con nosotros. Finalmente la senda se hizo tan
angosta que llegamos a la conclusión de que viajaríamos más se-
guros sin zapatos, así que los quitamos y continuamos sin ellos.
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Pronto vimos que podíamos viajar más seguros sin las medias; nos
las quitamos y seguimos descalzos.
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