Página 557 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un sueño impresionante
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Entonces pensamos en los que no estaban acostumbrados a las
privaciones y penurias. ¿Dónde estaban ahora? No estaban en el
grupo. A cada cambio algunos quedaban atrás, y sólo seguían los
que se habían acostumbrado a soportar penurias. Las privaciones del
camino sólo los hacía más deseosos de esforzarse hasta el final.
El peligro de caer de la senda aumentaba. Nos apoyábamos fuer-
temente contra el muro, sin embargo no podíamos apoyar nuestros
pies del todo sobre la senda, porque era demasiado angosta. Entonces
suspendíamos casi todo nuestro peso de las cuerdas y exclamába-
mos: “¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos sostienen desde arriba!”
Toda la compañía que avanzaba por la senda angosta pronunció
las mismas palabras. Cuando escuchamos las risas y la jarana que
parecían venir del abismo nos estremecimos. Escuchamos canciones
de guerra y canciones de danza. Escuchamos música instrumen-
tal y fuertes risas, mezcladas con maldiciones, gritos de angustia
y amargos lamentos, y nos sentimos más ansiosos que nunca de
seguir en nuestro angosto y difícil camino. Gran parte del tiempo
nos veíamos obligados a suspender todo nuestro peso de las cuerdas,
que aumentaban de tamaño a medida que avanzábamos.
Noté que el hermoso muro blanco estaba manchado de sangre.
Daba lástima ver el muro así manchado. Sin embargo, ese sentimien-
to duró sólo un momento, pues pronto pensé que todo estaba bien.
Los que vienen detrás sabrán que otros han pasado por el camino
angosto y difícil antes que ellos, y llegarán a la conclusión de que si
otros pudieron avanzar, ellos podrán hacer lo mismo. Y cuando sus
doloridos pies sangren, no desmayarán desalentados, sino que al ver
la sangre sobre el muro, sabrán que otros han soportado el mismo
dolor.
Al fin llegamos a un gran abismo, donde terminó nuestra senda.
Ahora no había nada allí que guiara nuestros pasos, nada donde
descansar nuestros pies. Toda nuestra dependencia estaba en las
cuerdas, que habían aumentado de tamaño hasta llegar a ser tan
grandes como nuestro cuerpo. Aquí por un tiempo nos sentimos
perplejos y angustiados. Preguntamos en temerosos susurros: “¿A
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qué está sujeta la cuerda?” Mi esposo estaba justo delante de mí.
Grandes gotas de sudor caían de su frente; las venas del cuello
y las sienes habían aumentado al doble de su tamaño normal, y
sofocados y agonizantes lamentos brotaban de sus labios. El sudor