Página 565 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Un sueño solemne
En la noche del 30 de abril de 187 1, me retiré a descansar con
el ánimo muy deprimido. Durante tres meses me había sentido muy
desanimada. A menudo oré con angustia por alivio. Había implorado
ayuda y fortaleza de Dios, para poder sobreponerme al profundo
desaliento que paralizaba mi fe y mi esperanza, y me incapacitaba
para ser útil. Esa noche tuve un sueño que dejó muy grata impresión
en mi mente. Soñé que asistía a una importante reunión en la que
había un gran número de personas. Muchos estaban postrados ante
Dios en ferviente oración, y parecían apesadumbrados. Estaban pi-
diendo al Señor una luz especial. Algunos parecían estar en agonía
de espíritu, sus sentimientos eran intensos; con lágrimas imploraban
ayuda y luz. Nuestros hermanos más prominentes se hallaban en esta
impresionante escena. El hermano A estaba postrado, aparentemente
en profunda angustia. Su esposa estaba sentada con un grupo de
indiferentes burladores. Parecía como si deseara que todos com-
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prendieran que ella menospreciaba a los que se humillaban de ese
modo.
Soñé que el Espíritu del Señor vino sobre mí y me levanté entre
los lamentos y las oraciones, y dije: El Espíritu del Señor está sobre
mí. Siento que me urge a decirles que deben comenzar a trabajar
individualmente por ustedes mismos. Se vuelven al Señor deseando
que él haga en su favor la obra que ha dejado para que la hagan
ustedes. Si hacen la obra que saben que deben hacer, entonces Dios
les ayudará cuando lo necesiten. Han dejado sin hacer las mismas
cosas que Dios les ha dejado para hacer. Le han estado pidiendo
a Dios que hiciera vuestra obra. Si hubieran seguido la luz que él
les ha dado, entonces les daría más luz; pero mientras desatienden
los consejos, advertencias y reprensiones que han recibido, ¿cómo
pueden esperar que Dios les dé más luz y más bendiciones para que
las desatiendan y desprecien? Dios no es como el hombre, no se lo
puede menospreciar.
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