Página 572 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
se presentaran ante el Señor. Y Moisés desceñdió del moñte, y el
pueblo lavó su ropa, de acuerdo a la orden de Dios.
Y para mostrar cuán cuidadosos debían ser con la limpieza,
Moisés debía colocar una fuente entre el tabernáculo de la reunión y
el altar, “y pondrás en ella agua y en ella se lavarán”. Y Moisés y
Aarón, y los hijos de Aarón que ministraban ante el Señor, debían
lavar sus manos y sus pies allí cuando entraban en el tabernáculo de
la reunión, y cuando entraban en la presenciadel Señor.
Este era el mandamiento del grande y poderoso Dios. No debía
haber nada desaliñado ni desprolijo en los que se presentaban ante
él cuando llegaban ante su santa presencia. Y ¿por qué era eso así?
¿Cuál era el objetivo de todo este cuidado? ¿Era meramente para
que el pueblo fuera grato a la vista de Dios? ¿Era meramente para
obtener su aprobación? La razón que me fue dada fue ésta: para que
el pueblo recibiera la correcta impresión. Si los que ministraban en
el servicio sagrado no manifestaban cuidado y reverencia por Dios
en su vestimenta y porte, el pueblo perdería su respeto y reverencia
hacia Dios y hacia su sagrado servicio. Si los sacerdotes mostraban
gran reverencia por Dios, al ser muy cuidadosos y meticulosos cuan-
do estaban en su presencia, daban al pueblo una exaltada idea de
Dios y sus requisitos. Mostraba que Dios era santo, que su obra es
sagrada, y en relación con ella todo debía ser santo, libre de toda
impureza y suciedad; y que toda contaminación debía apartarse de
los que se allegan a Dios.
De acuerdo con la luz que me ha sido dada, ha habido un des-
cuido en este sentido. Podría hablar de esto como lo presenta Pablo.
Se lleva a cabo por medio del culto a la voluntad y el descuido del
cuerpo. Pero esta humildad voluntaria, este culto a la voluntad y
descuido del cuerpo, no es la humildad que tiene el sabor del cielo.
Esa humildad se preocupará porque la persona, las acciones y el
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atuendo de todos los que predican la santa verdad de Dios, sean
correctos y perfectamente apropiados, de modo que todo lo que esté
en relación con nosotros acredite nuestra santa religión. El vestido
mismo recomendará la verdad ante los incrédulos. Será un sermón
en sí mismo.
Pero algunas cosas incorrectas acontecen en el sagrado púlpito.
Un ministro que conversa con otro en el púlpito ante la congregación,
que se ríe y parece no sentir el peso de la obra, o que carece del