Página 74 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
pisadas serán ordenadas por el Señor, y su mano prosperadora jamás
se apartará de usted.
Si se lo dejara decidir su propio camino, sus resoluciones serían
muy pobres, y rápidamente su fe naufragaría. Lleve todas sus preocu-
paciones y sus cargas al Portador de cargas. Pero no permita que una
sola mancha malogre su carácter cristiano. Nun- ca jamás mancille
el registro de su vida que se lleva en el Cielo por causa del deseo
de ganancias -puesto que ese registro está a la vista de las huestes
angélicas y de su abnegado Redentor-, con avaricia, mezquindad,
egoísmo y tratos deshonestos. Tal manera de proceder le producirá
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ganancias de acuerdo con el criterio del mundo, pero a la vista del
Cielo será una pérdida inmensa e irreparable. “Jehová no mira lo
que mira el hombre”.
1 Samuel 16:7
. Si confiamos en Dios cons-
tantemente, estaremos seguros, sin ese temor permanente de futuros
males. Terminarán esa preocupación y esa ansiedad que carecen de
sentido. Tenemos un Padre celestial que cuida de sus hijos, y que
pone a su disposición una medida suficiente de su gracia en cada
momento de necesidad. Cuando tomamos en nuestras propias manos
la administración de lo que nos concierne, y dependemos de nuestra
propia sabiduría para lograr el éxito, muy bien podemos experimen-
tar ansiedad y esperar peligros, porque ciertamente recaerán sobre
nosotros.
Se requiere de nosotros una completa consagración a Dios. Cuan-
do el Redentor de los pecadores mortales trabajaba y sufría por no-
sotros, se negó a sí mismo, y su vida entera era una escena constante
de trabajo y privaciones. Si así lo hubiera decidido, podría haber
pasado sus días sobre la tierra en medio del ocio y la abundancia,
gozando de todos los placeres y satisfacciones de esta vida. Pero no
lo hizo; no tomó en cuenta su propia conveniencia. Vivió no para
gratificarse a sí mismo, sino para hacer el bien y para salvar a otros
del sufrimiento, para ayudar a los que más lo necesitaban. Perseveró
en esta actitud hasta el mismo fin. El castigo de nuestra paz recayó
sobre él, y llevó las iniquidades de todos nosotros. Nosotros debimos
beber esa amarga copa. Nuestros pecados fueron los ingredientes
de esa mezcla. Pero nuestro querido Salvador la sacó de nuestros
labios y la bebió él mismo, y en su lugar nos ofrece una copa de
misericordia, bendición y salvación. ¡Oh, qué inmenso sacrificio se
hizo en favor de la raza caída! ¡Qué amor, qué amor maravilloso