Página 108 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Joyas de los Testimonios 3
deliciosos. En sus ramas, las aves modulaban sus cantos de alabanza.
Adán y Eva, en su pureza inmaculada, se regocijaban por lo que veían
y oían en el Edén. Aun hoy, a pesar de que el pecado ensombreció la
tierra, Dios desea que sus hijos se regocijen en la obra de sus manos.
Colocar nuestros sanatorios en medio de las obras de la naturaleza
es seguir el plan de Dios, y cuanto más minuciosamente sigamos
dicho plan, tanto mayores milagros hará Dios para la curación de
la humanidad doliente. Se deben elegir, para nuestras escuelas e
instituciones médicas, lugares alejados de las obscuras nubes de
pecado que cubren las grandes ciudades, lugares donde el Sol de
justicia pueda nacer, trayendo “en sus alas ... salud.”
Los hermanos dirigentes de nuestra obra deben dar instrucciones
a fin de que nuestros sanatorios se establezcan en lugares agradables,
lejos del bullicio de las ciudades, allí donde, gracias a sabias instruc-
ciones, el pensamiento de los pacientes pueda ponerse en relación
con el pensamiento de Dios. Muchas veces he descrito tales lugares,
mas parecería que ningún oído haya prestado atención a lo que he
dicho. Ultimamente, las ventajas que ofrecería el establecer nuestras
instituciones, y particularmente nuestros sanatorios y escuelas, fuera
de las ciudades, me han sido mostradas con claridad convincente.
¿Por qué tienen nuestros médicos tanto deseo de establecerse en
las ciudades? Hasta la atmósfera de las ciudades está corrompida.
En ellas, los enfermos que tienen hábitos depravados que vencer no
pueden ser protegidos de un modo conveniente. Para las víctimas de
la bebida, los bares de la ciudad constituyen una tentación continua.
Colocar nuestros sanatorios en un ambiente impío, es contrarrestar
los esfuerzos que se hagan para restablecer la salud de los pacientes.
En el porvenir, la condición de las ciudades empeorará siempre
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más, y su influencia se reconocerá como desfavorable al cumpli-
miento de la obra encargada a nuestros sanatorios.
Desde el punto de vista de la salud, el humo y el polvo de las
ciudades son muy contraproducentes. Los enfermos que, en la ma-
yoría de los casos, se ven encerrados entre cuatro paredes, se sienten
como prisioneros en sus habitaciones. Cuando miran por la ventana,
no ven más que casas y más casas. Los que están así encerrados en
sus piezas propenden a meditar en sus sufrimientos y pesares. Hasta
sucede a veces que ciertos enfermos quedan envenenados por su
propia respiración.