Página 22 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La observancia del sábad
La obcerbancia del sábado entraña grandes bendiciones, y Dios
desea que el sábado sea para nosotros un día de gozo. La institución
del sábado fué hecha con gozo. Dios miró con satisfacción la obra de
sus manos. Declaró que todo lo que había hecho era “bueno en gran
manera.”
Génesis 1:31
. El cielo y la tierra se llenaron de regocijo.
“Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los
hijos de Dios.”
Job 38:7
. Aunque el pecado entró en el mundo
para mancillar su obra perfecta, Dios sigue dándonos el sábado
como testimonio de que un Ser omnipotente, infinito en bondad y
misericordia, creó todas las cosas. Nuestro Padre celestial desea, por
medio de la observancia del sábado, conservar entre los hombres el
conocimiento de sí mismo. Desea que el sábado dirija nuestra mente
a él como el verdadero Dios viviente, y que por conocerle tengamos
vida y paz.
Cuando el Señor liberó a su pueblo Israel de Egipto y le confió su
ley, le enseñó que por la observancia del sábado debía distinguirse de
los idólatras. Así se crearía una distinción entre los que reconocían la
soberanía de Dios y los que se negaban a aceptarle como su Creador
y Rey. “Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel,” dijo el
Señor. “Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel: celebrándolo
por sus edades por pacto perpetuo.”
Éxodo 31:17, 16
.
Así como el sábado fué la señal que distinguía a Israel cuando
salió de Egipto para entrar en la Canaán terrenal, así también es
la señal que ahora distingue al pueblo de Dios cuando sale del
mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de
la relación que existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste
honra la ley de su Creador. Hace distinción entre los súbditos leales
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y los transgresores.
Desde la columna de nube, Cristo declaró acerca del sábado:
“Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal
entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy
Testimonios para la Iglesia 6:349-368 (1900)
.
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