Página 224 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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El estudio de la palabra de Dio
Si los estudiantes de medicina estudian la Palabra de Dios di-
ligentemente, quedarán mucho mejor preparados para comprender
sus otros deberes; porque el ferviente estudio de la Palabra de Dios
nos ilumina siempre. Entiendan nuestros obreros médico misioneros
que cuanto mejor conozcan a Dios, a Cristo y la historia bíblica,
tanto mejor preparados estarán para hacer su obra.
Los estudiantes de nuestras escuelas deben aspirar a un cono-
cimiento superior. Nada les ayudará tanto a adquirir una memoria
retentiva como el estudio de las Escrituras. Nada les ayudará tanto a
adquirir conocimiento de sus otros estudios.
Si los incrédulos desean unirse a vuestras clases para la prepa-
ración de médicos misioneros, y os parece que no ejercerán una
influencia que desvíe de la verdad a los otros estudiantes, dadles la
oportunidad. Puede ser que de entre ellos salgan nuestros mejores
misioneros. Nunca han oído la verdad, y al verse colocados donde
estén rodeados por una influencia que revele el Espíritu del Maestro,
algunos serán ganados para la verdad. En las clases que se dicten no
debe ocultarse un solo principio de la verdad bíblica. Si el admitir
en vuestras clases a los que son de vuestra fe os induciría a omitir
grandes temas concernientes a vuestro bien presente y eterno, es
decir temas que deben recordarse siempre, no admitáis a los tales
estudiantes. En ningún caso se han de sacrificar los principios ni se
han de ocultar las características peculiares de nuestra fe para añadir
a nuestras clases estudiantes que no comparten esa fe.
Las clases de Biblia deben ser dictadas por maestros fieles que
se esforzarán por hacer comprender sus lecciones a sus alumnos, no
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explicándoselo todo, sino requiriendo de ellos que expliquen clara-
mente cada pasaje que lean. Recuerden estos maestros que poco bien
se obtendrá recorriendo ligera y superficialmente la Palabra. Para
comprenderla, se requieren investigaciones y estudios fervientes y
esforzados. Hay en ella verdades que, como vetas de metal precioso,
Testimonios para la Iglesia 8:156, 157 (1904)
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