Página 233 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Uno con Cristo en Dios
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Santo. Debían proseguir adelante y obedecer gustosos al nuevo
mandamiento: “Como os he amado, que también os améis los unos
a los otros.”
Juan 13:34
. Debían vivir tan unidos con Cristo que se
verían capacitados para cumplir sus requerimientos. Debían ensalzar
el poder de un Salvador que podía justificarlos por su justicia.
Mas los primeros cristianos principiaron a buscarse defectos
unos a otros. Al detenerse a hablar de sus faltas, al dejar entrar
la crítica, perdieron de vista al Salvador y el gran amor que había
manifestado hacia los pecadores. Se volvieron más estrictos respecto
a las ceremonias exteriores, más puntillosos acerca de la teoría de la
fe, más severos en sus críticas. En su celo por condenar a los demás,
olvidaban sus propios errores. Descuidaban las lecciones de amor
fraterno que Cristo les había enseñado y, lo que es más triste aún,
no se daban cuenta de lo que habían perdido. No comprendían que
la felicidad y la alegría se alejaban de su existencia, y que pronto,
habiendo ahuyentado de su corazón el amor de Dios, andarían en las
tinieblas.
El apóstol Juan, comprendiendo que el amor fraterno desaparecía
de la iglesia, insistió muy particularmente en él. Hasta el día de su
muerte, suplicó a los creyentes que se ejercitaran constantemente
en el amor. Las cartas que dirigió a la iglesia están impregnadas
de este pensamiento. “Carísimos, amémonos unos a otros—escribe
él;—porque el amor es de Dios ... Dios envió a su Hijo unigénito
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al mundo, para que vivamos por él. ... Amados, si Dios así nos ha
amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros.”
1 Juan
4:7-11
.
Hay hoy una gran necesidad de amor fraternal en la iglesia de
Dios. Muchos de los que aseveran amar al Señor no tienen amor
hacia aquellos con quienes están unidos por vínculos de fraternidad
cristiana. Tenemos la misma fe, somos miembros de una misma
familia, somos todos hijos de un mismo Padre, y tenemos todos
la misma esperanza bendita de la inmortalidad. ¡Cuán tiernos y
estrechos debieran ser los vínculos que nos unen! La gente del
mundo nos observa para ver si nuestra fe ejerce una influencia
santificadora sobre nuestros corazones. Prestamente discierne todo
defecto de nuestra vida y toda inconsecuencia de nuestras acciones.
No le demos ocasión alguna de echar oprobio sobre nuestra fe.