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Joyas de los Testimonios 3
mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he
conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste; y yo les he
manifestado tu nombre, y manifestarélo aún; para que el amor con
que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Juan 17:20-26
.
El propósito de Dios es que sus hijos se fusionen en la unidad.
¿No es vuestra esperanza vivir juntos en el mismo cielo? ¿Está
Cristo dividido contra sí mismo? ¿Dará él éxito a sus hijos antes que
hayan apartado de su medio toda discordia y toda crítica, antes que
los obreros, en una perfecta unidad de intención, hayan consagrado
sus corazones, sus pensamientos y sus fuerzas a una obra tan santa
a la vista de Dios? La unión hace la fuerza. La desunión causa
debilidad. Trabajando juntos y con armonía para la salvación de los
hombres, debemos ser en verdad “coadjutores ... de Dios.” Los que
se niegan a trabajar en armonía con los demás deshonran a Dios.
El enemigo de las almas se regocija cuando ve a ciertos hermanos
contrariándose unos a otros en su trabajo. Los tales necesitan cultivar
el amor fraternal y ternura en su corazón. Si pudiesen apartar el velo
que cubre el porvenir y percibir las consecuencias de su desunión,
ciertamente se arrepentirían.
El mundo mira con satisfacción la desunión de los cristianos.
Los incrédulos se regocijian. Dios desea que se realice un cambio en
su pueblo. La unión con Cristo y los unos con los otros constituye
nuestra única salvaguardia en estos últimos días. No dejemos a
Satanás la posibilidad de señalar con el dedo a los miembros de
nuestra iglesia, diciendo: “Mirad cómo éstos, que se hallan bajo el
estandarte de Cristo, se aborrecen unos a otros. Nada necesitamos
temer de ellos, puesto que gastan más energías luchando unos contra
otros que combatiendo a mis fuerzas.”
Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos
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salieron para proclamar al Salvador resucitado, poseídos del único
deseo de salvar almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión
con los santos. Eran afectuosos, atentos, abnegados, dispuestos a
hacer cualquier sacrificio en favor de la verdad. En sus relaciones
cotidianas unos con otros, manifestaban el amor que Cristo les había
ordenado revelar al mundo. Por sus palabras y sus acciones desinte-
resadas, se esforzaban por encender este amor en otros corazones.
Los creyentes debían continuar cultivando el amor que llenaba
el corazón de los apóstoles después del derramamiento del Espíritu