Página 33 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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La observancia del sábado
29
Debemos ir a toda reunión religiosa dominados por una vívida
comprensión espiritual de que Dios y sus ángeles están allí, coope-
rando con todos los verdaderos adoradores. Al entrar en el lugar
de culto, pidamos a Dios que quite todo mal de nuestro corazón.
Traigamos a su casa solamente lo que él puede bendecir. Arrodillé-
monos delante de Dios en su templo, y consagrémosle lo suyo, lo
que compró con la sangre de Cristo. Oremos por el predicador o el
que dirige la reunión. Roguemos que una gran bendición venga por
medio del que ha de presentar la palabra de Dios. Esforcémonos con
fervor por obtener una bendición para nosotros mismos.
Dios bendecirá a todos los que se preparen así para su servicio.
[29]
Ellos comprenderán lo que significa tener la seguridad del Espíritu
porque recibieron a Cristo por la fe.
El lugar de culto puede ser muy humilde, pero no por eso deja
el Señor de reconocerlo. Para los que adoran a Dios en espíritu y
en verdad y en la belleza de la santidad, será como la puerta del
cielo. El grupo de creyentes puede ser pequeño, pero a la vista de
Dios es muy precioso. La verdad los sacó como piedras brutas de
la cantera del mundo, y fueron llevados al taller de Dios para ser
tallados y modelados. Pero aun en bruto son preciosos a la vista de
Dios. El hacha, el martillo y el cincel de las pruebas están en las
manos de un Artífice hábil que no los emplea para destruir, sino para
labrar la perfección de cada alma. Como piedras preciosas, pulidas
a semejanza de las de un palacio, Dios quiere que hallemos un lugar
en el templo celestial.
Lo que Dios nos indica y concede es ilimitado. El trono de la
gracia es en sí mismo la atracción más elevada, porque está ocupado
por Uno que nos permite llamarle Padre. Pero Dios no consideró
completo el principio de la salvación mientras sólo estaba investido
de su amor. Por su propia voluntad, puso en su altar a un Abogado
revestido de nuestra naturaleza. Como intercesor nuestro, su obra
consiste en presentarnos a Dios como sus hijos e hijas. Cristo inter-
cede en favor de los que le han recibido. En virtud de sus propios
méritos, les da poder para llegar a ser miembros de la familia real,
hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su infinito amor a Cris-
to, quien pagó nuestro rescate con su sangre, recibiendo y dando la
bienvenida a los amigos de Cristo como amigos suyos. Está satisfe-