Un llamamiento a los miembros de la iglesia
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narse de nuestras almas e impulsarnos a alcanzar ciertas clases de
personas en las que no habíamos pensado, y a trabajar en lugares y
con recursos que no hubiésemos imaginado siquiera. El Señor tiene
su plan para esparcir la semilla del Evangelio. Sembrando según su
voluntad, multiplicaremos la semilla en tales proporciones que su
Palabra podrá alcanzar a millones de personas que aún no han oído
la verdad.
En todas partes se presentan ocasiones. Apresuraos a entrar en
cada camino que la Providencia os abra. Nuestros ojos necesitan la
unción celestial para discernir tales ocasiones. Dios quiere ahora mi-
sioneros activos y clarividentes. Se nos presentarán caminos abiertos
y entonces deberemos comprender las intenciones de la Providencia.
[349]
Los mensajeros de Dios han recibido la orden de emprender la
misma obra que Cristo realizó cuando estaba en la tierra. Deben
entregarse a todos los ramos de actividad a los que él se consagró.
Con fervor y sinceridad, deben hablar a los hombres de las riquezas
inagotables y del tesoro imperecedero de los cielos. Deben estar
llenos del Espíritu Santo. Deben repetir los ofrecimientos de paz
y perdón que el Cielo les dirige. Deben señalar las puertas de la
ciudad de Dios, diciendo: “Bienaventurados los que guardan sus
mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que
entren por las puertas en la ciudad.”
Apocalipsis 22:14
.
Cultivad el espíritu de abnegación
Cada miembro de la iglesia debe cultivar el espíritu de sacrificio.
En todo hogar, deben enseñarse lecciones de abnegación. Padres y
madres, enseñad a vuestros hijos a economizar. Animadles a ahorrar
sus centavos para la obra misionera. Jesús es nuestro ejemplo. Por
amor de nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza fuésemos
enriquecidos. Enseñó que todos deben unirse en amor para trabajar
como él trabajó, para sacrificarse como él se sacrificó, para amar
como hijos de Dios.
Hermanos y hermanas, debéis estar dispuestos a ser convertidos,
para poder practicar la abnegación de Cristo. Vestíos con sencillez,
pero decentemente. Gastad lo menos posible para vosotros mismos.
Tened en vuestra casa una alcancía de abnegación, en la cual podréis
poner el dinero ahorrado merced a vuestros pequeños sacrificios.