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Joyas de los Testimonios 3
“Todo a gloria de Dios”
No prescribimos un régimen definido, pero decimos que en los
países donde abundan las frutas, los cereales y las nueces, la carne no
es el alimento adecuado para el pueblo de Dios. Se me ha indicado
que la carne propende a animalizar la naturaleza, a despojar a los
hombres y mujeres del amor y la simpatía que debieran sentir por
cada cual, y hace predominar las pasiones bajas sobre las facultades
más elevadas del ser. Si el comer carne fué alguna vez saludable, no
lo es ahora. Los cánceres y tumores y las enfermedades pulmonares
se deben mayormente a la costumbre de comer carne.
No hacemos del consumo de la carne una condición para la
admisión de los miembros; pero debiéramos considerar la influencia
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que ejercen sobre otros los creyentes profesos que usan carne. Como
mensajeros de Dios, ¿no diremos al pueblo: “Si pues coméis, o
bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios”?
1 Corintios
10:31
. ¿No daremos un testimonio decidido contra la complacencia
del apetito pervertido? ¿Quiere cualquiera de los que son ministros
del Evangelio y que proclaman la verdad más solemne que haya sido
dada a los mortales, dar el ejemplo de volver a las ollas de Egipto?
¿Quieren los que son sostenidos por el diezmo de la tesorería de Dios
permitir que la gula envenene la corriente vital que fluye por sus
venas? ¿Harán caso omiso de la luz y las amonestaciones que Dios
les ha dado? La salud del cuerpo debe considerarse como esencial
para el crecimiento en la gracia y la adquisición de un carácter
templado. Si no se cuida debidamente el estómago, será trabada la
formación de un carácter moral íntegro. El cerebro y los nervios
están en relación íntima con el estómago. De los errores practicados
en el comer y beber resultan pensamientos y hechos erróneos.
Todos somos probados en este tiempo. Hemos sido bautizados
en Cristo; y si estamos dispuestos a separarnos de todo aquello que
tienda a degradarnos y a hacernos lo que no debemos ser, recibiremos
fuerza para crecer en Cristo, nuestra cabeza viviente, y veremos la
salvación de Dios.
Sólo cuando demostremos ser inteligentes tocante a los princi-
pios de una vida sana, podremos discernir los males que resultan
de un régimen alimentario impropio. Aquellos que, habiéndose im-
puesto de sus errores, tengan el valor de modificar sus costumbres,